Huelguistas por obligación

El seguimiento de la huelga de la enseñanza tiene, como casi todas, muchas interpretaciones. Más allá de las clásicas diferencias en cuanto a las mediciones por parte de unos y otros, en el caso concreto de la educación, se hace aún más complicado. Todas las partes coincidían ayer en señalar que el seguimiento en la enseñanza Primaria y Secundaria apenas fue significativo. La mayor parte de los colegios e institutos funcionaron con absoluta normalidad. Se dieron las clases y solo en algunos centros se establecieron servicios mínimos.

Capítulo aparte merece la Universidad. Los sindicatos hablan de éxito rotundo con un seguimiento del paro de un 90 por ciento en la provincia. El dato parece aproximarse bastante a la realidad y en la UCA apenas ayer hubo actividad docente, excepción hecha de algunos exámenes ya fijados que se mantuvieron para no trastocar en demasía a los alumnos.

Sin embargo, ese masivo seguimiento tiene muchas interpretaciones. Es evidente que un número elevado de alumnos no asistieron a clase de forma voluntaria para protestar por los recortes del Gobierno.

Pero aquellos que sí querían hacerlo, quienes querían asistir a las aulas de forma libre y voluntaria, no pudieron hacerlo simplemente porque la Universidad echó la llave. La práctica totalidad del personal docente y administrativo de la UCA secundó la jornada de paro y paralizó la actividad. Ejercieron su derecho a la protesta menoscabando el de aquellos que pretendían recibir sus clases.

Obviamente a la UCA le asiste el derecho a hacer lo que hizo ayer, pero no es menos cierto que a la hora de extraer conclusiones sobre el éxito o el fracaso de la convocatoria de huelga no se puede obviar que dentro de ese 90% de alumnos que secundó el paro, hay un número -elevado o no, imposible cuantificarlo- que lo hizo porque no tuvo más remedio. La UCA tiene 20.000 alumnos. A la concentración de por la tarde asistieron 4.000. Alguno se quedaría estudiando.