Nobles y plebeyas de armas tomar
Las españolas que llegaron al Nuevo Mundo se despojaron de la tutela del hombre y no dudaron en comandar expediciones audaces Una muestra reivindica el papel de las mujeres en la conquista de América
MADRID. Actualizado: GuardarFueron aguerridas y aventureras. Se batieron el cobre en batallas, gobernaron haciendas y hasta ejercieron el almirantazgo. En la conquista y colonización de América las mujeres tuvieron un papel destacado. Una exposición en el Museo Naval, en Madrid, trata de desagraviar y recuperar del olvido a las virreinas, expedicionarias y soldados que abandonaron el jubón y blandieron la espada para abrirse paso en el Nuevo Mundo. Bajo el título 'No fueron solos. Mujeres en la conquista y colonización de América', la muestra inaugurada ayer exhibe un centenar de piezas que hablan del vestuario y los usos y costumbres de los siglos XVI y XVII en las colonias.
Ni dóciles ni indolentes. Las españolas que llegaron a América se desembarazaron de la tutela del hombre y probaron con creces su audacia y coraje. Negociaron sus haciendas, fundaron empresas y trasplantaron su lengua y costumbres a tierras ignotas. Asumieron en muchas ocasiones tareas masculinas, sin dejar por ello de parir y educar a sus hijos.
Siglos de silencio han enterrado las historias de verdaderas pioneras que no escaparon al sueño seductor de hacer las Américas. Mujeres de probada templanza y liderazgo, algunas de las cuales no pudieron sustraerse al sueño de El Dorado. Es el caso de Isabel Barreto, la primera y única almirante al servicio de Felipe II. En 1595 enviudó y tomó el mando de la expedición que había partido de Perú a la búsqueda de las islas Salomón, donde ella y su marido, Álvaro de Mendaña, creían que se hallaba Ophir, un reino colmado de oro y piedras preciosas. Barreto no se anduvo con zarandajas para mantener la disciplina entre los marineros. «Señor, matadlo o hacerlo matar... y si no, lo haré yo con este machete», advertía. Arrostrando peligros y con mano de hierro, consiguió arribar a Filipinas, donde contrajo de nuevo matrimonio.
Treinta españolas acompañaron a Colón en su tercer viaje transoceánico. La emigración fue a más. En el siglo XVI, de los 45.327 viajeros que marcharon a la otra orilla del Atlántico, 10.118 eran mujeres. Entre la legión de emigrantes había de todo: religiosas, prostitutas, nobles y plebeyas. Las hubo pioneras, como María Escobar, que introdujo el trigo en el Nuevo Mundo. Arrojadas y piadosas, como Catalina de Arauso, motejada como la Monja Alférez, que dejó atrás el convento en España para combatir como soldado de infantería en los reinos de Perú y Chile. Empresarias como Mencía Ortiz, creadora de una compañía para el transporte de mercancías a las Indias. Resolutivas, como Beatriz de la Cueva, gobernadora de Guatemala.
Naos y galeones
«Eran mujeres de armas tomar. Dejaron atrás de un país que las marginaba y se embarcaron en naves para realizar viajes que en aquella época eran terroríficos», dice Carolina Aguado, comisaria de la exposición. El viaje comenzaba en Sevilla, desde donde se controlaba el tráfico con las Indias. Las naos y galeones, además de las pertenencias personales, cargaban con una treintena de pasajeros que convivían con pulgas, chinches, piojos, cucarachas y ratas. Los alimentos y el agua se pudrían a las pocas jornadas, los camarotes aún no existían y los pasajeros se acomodaban en cualquier hueco sin que el espacio disponible por persona superara el metro cuadrado.
«Desde el principio la Corona tuvo claro que quería poblar las Indias, con el mismo modelo que en la Reconquista: colonizar los territorios ganados militarmente mediante un modelo católico, basado en la familia, cuyo pilar era la mujer», aseguran Aguado y Mariela Beltrán.
El hilo narrativo de la exposición subraya la importancia que desempeñaron las mujeres criollas en el desarrollo de la sociedad colonial. Su cometido era la conservación de las tradiciones, la transmisión de los valores religiosos y el afianzamiento de un modelo de vida familiar, todo lo cual permitió que se asentase la sociedad hispano-criolla. Pese a atesorar privilegios frente a los indios y mestizos, los criollos adolecían de desventajas ante los españoles de la metrópoli, aunque eran los herederos legítimos de la Nueva España. Mucho peor lo tuvieron los indígenas, quienes, aparte de sufrir la conquista e invasión, se vieron obligados a pagar impuestos. A la larga, su cultura y organización familiar quedaron arruinadas.
Las criollas acomodadas pronto hicieron ostentación del lujo y el ornato. A este respecto, la muestra exhibe una espuela de plata para un pie femenino muy pequeño y zapatos de tacón. También se puede ver un jubón, una prenda muy ceñida al cuerpo con las que una cincuentena de mujeres difíciles de arredrar cruzaron andando el Mato Grosso.