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Descuidando el futuro

Lanzar tijeretazos contra la Educación consolida el déficit de formación de la población española

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No está claro que una huelga sea la solución. Incluso cabe pensar que es justo lo contrario de lo que debería hacerse para reivindicar lo que sus convocantes demandan. Si se trata de oponerse a la menor atención que con los recortes en Educación va a poder dedicarse a cada alumno, sumarle a ese menoscabo futuro el daño inmediato de un día sin clase (o lo que es lo mismo, de desatención docente) puede parecer incoherencia.

Sea como fuere, el derecho de huelga, ya se trate de la educación o de los ferrocarriles, y siempre que queden a salvo el derecho a trabajar y los servicios mínimos que en su caso correspondan, es un derecho constitucional cuyo ejercicio resulta plenamente legítimo y respetable, gusten o no, y se compartan o no los argumentos que alientan la convocatoria. A quienes alegan que no hay motivo para la huelga y le imputan la defensa de intereses particulares y/o corporativos, cabría preguntarles qué medidas, si no las que están sobre la mesa, creen que podrían justificar la respuesta de la comunidad educativa.

Lanzar tijeretazos contra uno de nuestros más maltrechos sectores estratégicos, contribuyendo con su merma a consolidar el déficit de formación de la población española (señalado una y otra vez por los organismos económicos internacionales como uno de los principales lastres a la compettividad del país), no es cuestión nimia ni que deba resolverse a la ligera. Nos jugamos mucho en el envite, y quienes se movilizan y manifiestan hacen bien en recordárnoslo, frente a la frivolidad de algunos responsables que hablan de apiñar estudiantes (y clarear las filas de los que enseñan) con indiferencia y hasta con arrogancia.

Aparte de los niños y jóvenes que ahora están en edad escolar, y cuya formación representa un desafío para el que todos los recursos serían pocos, existen en España millones de adultos que carecen de las competencias básicas para reinsertarse en el mercado laboral después de años de exceso y de irrealidad al efímero calor de burbujas varias. Son candidatos natos a integrarse en las soluciones formativas hasta ahora disponibles para las personas que, superada la edad de la enseñanza obligatoria sin un adecuado aprovechamiento, buscaban una segunda oportunidad. Pero he aquí que esos mecanismos son las primeras víctimas de la guadaña. Los programas nocturnos, los más idóneos para estos alumnos rezagados, están en pleno desmantelamiento a lo largo y ancho del territorio nacional. Es de suponer que, en su ausencia, lo que se espera es que los prepare la tele, o que se hagan ellos solitos algún tutorial de Internet.

Más nos valdría, a lo mejor, dejar caer algún banco (preservando, exclusivamente, los derechos de los depositantes). Pero sigamos invirtiendo en el pasado, y descuidando el futuro.