Un caso judicial para tomar decisiones

El sistema penitenciario español se sustenta sobre el principio de la reinserción del reo. Cualquier preso que cruza la entrada de una cárcel tiene a su disposición la posibilidad de aprovechar el tiempo durante su estancia entre rejas para formarse desde la perspectiva académica o para aprender algún oficio. El diseño de los recintos carcelarios está incluso inspirado en ese principio motor, que sin embargo como cualquier ideal en abstracto puede materializarse o no en función del individuo al que se le aplique. En la historia más reciente de la crónica negra de este país hay demasiados ejemplos de delincuentes incapaces de reinsertarse y que al regresar a la sociedad vuelven a golpearla, con mayor o menor dureza, en función de su especialidad delictiva. Los hermanos Flores son merecedores de una tesis sociológica por la crueldad y vileza demostrada a lo largo de décadas. Pero lo más preocupante para los ciudadanos de bien es que su paso por la cárcel no les ha servido de nada. Más bien parece que sus instintos depredadores estuvieron un tiempo en barbecho hasta que el propio sistema les dio una nueva oportunidad abriendo los cerrojos de sus celdas.

Tamara Leyton, la joven puertorrealeña que asesinaron de forma salvaje, no es solo víctima de estos criminales; también lo es, de manera indirecta, de un legislador que sigue sin afrontar el problema de cara. Hay delincuentes que no pueden vivir en sociedad porque son incapaces de asumir unas reglas mínimas de convivencia como son no matar, robar o violar al de lado, por poner las más básicas. Mientras no se acometa una reforma penal que contemple sin complejos qué hacer con estas personas, la crónica negra se seguirá nutriendo de nuevas víctimas. Y si hay que vaciarse en tratar de recuperar ciudadanos que un día se descarriaron, el esfuerzo debe ser el mismo en la protección para aquellos que pueden sufrirlos.