La llama olímpica
Actualizado: GuardarEl jueves, Grecia entregó en el Estadio Panatinaico de Atenas, la antorcha olímpica a los enviados del Reino Unido para emprender desde hoy una carrera por todo el país, hasta la fecha de la inauguración de los juegos de Londres. Al tomar tierra, la antorcha habrá recorrido la diagonal europea sudeste-noroeste que ya transitaron en otro siglo los frisos del Partenón, nunca devueltos, cuando aún no existía el estado griego y era fácil expoliar al Imperio Otomano, que había empleado el templo como polvorín. Más allá de lo deportivo, este viaje encarna el de los sueños perdidos de la Europa sin esperanza. Un viaje de semanas a la capital opulenta de la UE sin euro, donde corren los números del oro y las divisas por las pantallas y los cables de fibra óptica, con billete de vuelta al país del Egeo que como riqueza sólo puede aportar trozos de vasijas rotas de cerámica. Grecia podría abandonar el euro y regresar al dracma, la moneda más antigua y devaluada de Europa. Nadie sabe si podrá mantenerse el fuego de la llama que se prende en Olimpia cada cuatro años, o si habrá que pedir lumbre al primero que pase. Una lengua de fuego es la esperanza de calor, refugio, luz, fuerza, compañía y progreso. Ausentes del ánimo de todos, quizá esas palabras vuelvan a buscarse en los textos clásicos, que allá y acá volveremos a leer buscando las coordenadas de esa edad de oro de andar por casa que nos contó Hesíodo, viviendo entre cabras, higos, aceitunas y dioses volubles que desde el Monte Olimpo llegaron a exportar al mundo.
El pueblo británico ha dedicado en los últimos siglos muchos esfuerzos para rescatar la tradición helena, incorporándola a su cultura. El inglés, es un idioma que se encuentra repleto de préstamos con los que no ha cesado de construir palabras cultas y neologismos, como ocurre en España en menor medida por nuestra raíz latina. Los escritores románticos como Byron apoyaron la independencia de Grecia cuando mediaba una guerra para conseguirla, y se arriesgaba la vida. Ahora, ese préstamo del fuego en memoria del que Prometeo robó a los dioses para entregarlo a los hombres, recuerda al ingrato primer y único abono de una deuda impagable, sepultando las ganas de prosperar y las ilusiones, sin las que la ciudadanía griega y los que se puedan encontrar en una situación parecida, jamás podrán salir adelante.