Sociedad

EL PALIMPSESTO

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Sin remoto ánimo de convertir este sosegado espacio de comunicación en un facistol sobre el que apoyar arengas o épicos manifiestos, arrostro, pese a ello, todos los riesgos inherentes al hecho de tomarme en serio el hermoso y fructífero porvenir de Cádiz y proclamarlo, en la segura confianza de que estos riesgos los prorratearé a la alícuota parte con aquellos, que como yo, aún creen en los esfuerzos patrióticos. El primero de los riesgos a encarar, suele ser el de las críticas y denostaciones, las toscas descalificaciones y el menosprecio. Hay que apretar los dientes y encajarlos con humildad pues en este país de nuestros amores muchos 'músicos' tocan de oído, y así los compromisos patrióticos pasan a ser catalogados de inmediato de fascistas, por los más radicales, o de trasnochados, por los más progresistas. Desde el más magnánimo respeto a todas las corrientes críticas o descalificadoras que debamos ingerir y digerir, si así fuere, entendemos que el respeto, agradecimiento y valoración del legado de nuestros padres, todos ellos, no pueden ser considerados arcaísmos. Ninguna actividad del ser humano merece la denostación, salvedad de los actos delictivos. Todo aquello heredado de nuestros padres, considerados como un todo, debe ser salvaguardado. No es una opción volitiva sino una obligación ética, moral y legal.

Sin el pasado, no existe el porvenir, siendo lo que somos gracias al compromiso creativo de un precursor lato. Asumido este riesgo de reconstrucción de todos los paisajes y paisanajes, materiales e inmateriales, proponemos volver a escribir juntos todas nuestras historias patrimoniales, sin sesgos partidistas, sin inculpaciones ni venganzas, sin resquemores ni reservas mentales, para poder vivir con ellas y de ellas con desahogo, que falta nos hace. Glosemos y gloriemos a nuestros connaturales que estaban ya aquí, desde el Siglo XVI a.C., conviviendo con la bahía, antes de que llegaran los fenicios, sobre el año 1000 a.C., cuya sangre cananea nos insufló las artes del comercio. A los cartagineses, cuya gallarda altivez púnica, nos puso en un brete al tener que elegir entre Roma y Cartago. Y así, hasta hoy, glorifiquemos los legados de americanos, genoveses, guineos, cántabros, catalanes, vascos y astures, entre otros, desde el altruismo y la altura de miras de una metrópoli abierta de par en par a todo tipo de consanguinidades e influjos culturales.

Hemos de volver a redactar nuestra historia con orgullo, para convertirla en cauce de negocios feraces, sociales y asociativos, que nos rediman del espasmo moral, económico, cultural y social que nos descorazona. Debemos convertir a Cádiz en modelo de palimpsesto contemporáneo, del que rasquemos y borremos, como en los papiros y pergaminos, las fases aciagas de nuestro pasado, para, con la buena letra del amanuense pendolista, trazarle el porvenir, planificada como emporio y portento, con audacia e 'imaginacción'.