Tribuna

Otro desliz para Marx en Francia

En ortodoxia marxista, los votos de los que podríamos designar como 'los pobres' deberían haber nutrido a los partidos socialista, comunista y otros de izquierda más radical, pero no ha sido así

CATEDRÁTICO DE DERECHO POLÍTICO Actualizado: Guardar
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Escribo estos párrafos tras conocer los resultados de la primera vuelta de las elecciones francesas. Y lo hago así, sin esperar la segunda, porque, como es sabido, es en ellas donde se manifiestan con claridad las preferencias políticas de todo el electorado, sin la presión final, cuando los pareceres ideológicos se oscurecen tras la necesidad de optar entre los dos grandes partidos vencedores y con la mirada puesta en la formación de Gobierno más que en lo que en realidad se piensa. Para mi entender, ha habido un nuevo desliz para la doctrina del materialismo histórico postulado por Marx y Engels en su conocido 'Manifiesto'. La clase obrera, una vez más, ha votado lejos de lo previsto en dicha doctrina. El alcance de votos del partido encabezado por la ultraderecha de Marine Le Pen resulta tentador de algún comentario. Sus votantes han sido, en un alto número, muchachos de barrio, obreros sin cualificación e hijos de familias marginadas. Es decir, una amalgama que podríamos calificar como 'los pobres', que ahora andan en la también insólita aspiración de alcanzar grupo parlamentario propio en la Asamblea. En la pura ortodoxia marxista, sus votos deberían haber incrementado el porcentaje de los partidos socialista, comunista y otros de izquierda más radical, pero no ha sido así. La lucha de clases entre dos polos no explica lo ocurrido.

En realidad, este desliz tiene no pocos antecedentes aquí y allá. Incluso cuando el 'Manifiesto Comunista' está tomando cuerpo, el marxismo piensa que la revolución se tendría que producir en los países a la sazón industrializados y de la mano del nuevo proletariado. La toma de conciencia de las masas obreras tendría como principal enemigo a la consolidada burguesía, tal y como ésta lo había tenido en los estamentos del Antiguo Régimen y sus odiados privilegios. Sin embargo, los dos primeros países en que tal revolución se produce son dos sociedades eminentemente agrarias: Rusia y China. Quizá sea España el lugar en que la clase obrera desempeña con más claridad el pensamiento revolucionario en los primeros años treinta del siglo XX. La clase obrera española (sobre todo la CNT, la FAI y bastante de la UGT, pese al PSOE) es la que domina el terreno laboral. Hasta el punto de que, cuando gran parte del país muestra su contento por la llegada el 14 de abril de 1931 de la Segunda República, hay que aprobar con urgencia una Ley de Defensa de la República y bien pronto se comienzan a oír las advertencias de que aquélla era una República liberal-burguesa absolutamente incompatible con los intereses de los trabajadores. Los desmanes de la CNT son recogidos por el mismo Azaña cuando medita y escribe sobre las causas de la Guerra Civil. Hicieron su 'propia guerra' que, sin dudarlo, tanto perjudicó a la República, ya en su final sin fuerzas para controlarlos. Aquí sí que se encuadran pasajes conocidos de una revolución del proletariado.

Es bastante probable que no puedan generalizarse las causas de estos deslices. También lo es la explicación de que, cuando existe una aspiración mayor, la doctrina que comentamos decae en importancia. En Francia, sobre todo en el Sur, el fenómeno de una muy amplia llegada de emigrantes ha llevado a que los obreros nativos teman una competencia fuerte, por lo demás incluso aludida por el mismo Sarkozy. La posición pública de los varios millones de musulmanes contra el presidente ha sido la abstención. Samir Aghar, sociólogo especialista del Islam en Francia lo formula así: «Las posiciones de Sarkozy contra la inmigración lo han privado y van a privar del voto musulmán». No se olvide de la situación de los obreros no cualificados de este sector. Es decir, 'otros pobres' en quienes ven dura competencia los pobres nativos. La lucha por el puesto de trabajo va mucho más allá que todo principio dialéctico marxista.

Por supuesto que podríamos traer a colación otras causas de distinta índole. Volviendo a nuestro país, pero ya en los denominados 'felices años sesenta', es la misma clase obrera, teóricamente llamada al enfrentamiento, la que tiende a 'aburguesarse', por duro que esto parezca. Querían vivir con la misma comodidad que sus conciudadanos de renta superior. Eran los años de las 'vacas bien nutridas' y ellos también quisieron gozar en parte de esas vacas. A mi entender, aquí se encuentra la razón del fracaso electoral de los partidos de extrema izquierda en las primeras elecciones democráticas tras el franquismo, y hasta de los escasos y repetidos porcentajes del mismo Partido Comunista de España. Nadie quería perder un ápice de lo hasta entonces conseguido. Aunque eso, 'lo conseguido' en el ámbito económico, se hubiera producido durante los últimos años del franquismo.

Y hay una importante causa a la que tenemos que aludir. Sencillamente, no es lo mismo obrerismo que proletarismo. Con conciencia de clase y, de ahí, a conciencia de lucha. El mismo Marx habla de que el triunfo final requiere la creación del hombre comunista. Un nuevo hombre. El que, históricamente, se ha hecho mediante la violencia (China, Cuba). Entre otras muchas diferencias, aquí hay una esencial con el cristianismo. El cristiano se hace por la palabra, el mensaje (Angelos), el ejemplo. No por la violencia, pese a los tristes episodios inquisitoriales y las no menos tristes guerras de religión que asolaron Europa. Aquí radica uno de los elementos fundamentales para lograr una combinación efectiva entre marxismo y cristianismo, tema que nos llevaría muy lejos, pese a los intentos habidos en las últimas décadas. Son dos clases bien diferentes de 'hombres nuevos' a quienes, todo lo más, lo único que se les puede pedir es la pacífica convivencia.