Sociedad

Thomas Wolfe y el dolor intolerable de la soledad

La editorial Periférica rescata una novela corta en la que el escritor norteamericano evoca la muerte de su padre

MADRID. Actualizado: Guardar
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El escritor Thomas Wolfe (1900-1938) murió de forma prematura. Sin haber cumplido los 38 años una tuberculosis acabó con él. Pese a su desaparición temprana, Wolfe ya había escrito cuatro novelas y un sinfín de cuentos. Fue testigo de una época agitada, repleta de adversidades y padecimientos, que se llevó por delante los sueños de toda una generación. Su literatura da cuenta de esas fatigas, rebosa lirismo y está dotada de una emoción pocas veces reprimida, gracias a la cual el novelista logra un tono que incita a la introspección. Después de publicar 'El niño perdido', la editorial Periférica ha sacado ahora a la luz otra de las novelas cortas de Wolfe, 'Una puerta que nunca encontré', una obra en la que de nuevo el escritor se adentra en el terreno autobiográfico al abordar la muerte de su padre. Como ya ocurría con 'El niño perdido', en esta 'nouvelle' Thomas Wolfe cultiva una prosa elegiaca y confesional, con un lenguaje evocador sumamente poderoso. El resultado es un libro triste y desolador, propio de un escritor sumido en la incertidumbre y la confusión.

La novela se estructura en cuatro partes. Es una lástima que los sucesos y vivencias que se cuentan sean tan distintos entre sí que la unidad narrativa del conjunto se resienta. Al final de la lectura la sensación de fragmentariedad pesa demasiado. Pese a ello, Wolfe alcanza cimas líricas de una precisión impecables; refleja de tal modo el desgarro y la soledad que al lector no le queda más remedio que rendirse a la evidencia de que se encuentra ante un grandísimo escritor.

El título del libro hace referencia a las puertas cerradas con que se topa el autor cuando busca infructuosamente el rostro de su padre peregrinando a los lugares de la infancia. La prosa de Wolfe logra momentos de rotunda belleza cuando describe los paisajes de América. «En Maine, la escarcha llega recia y veloz como una lluvia de clavos».