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ZONA DE INCERTIDUMBRE

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En circunstancias normales una zona de incertidumbre es aquella que se define en torno al espacio que nos rodea y que no podemos percibir porque tenemos los sentidos fijados en otra parte. Es una zona donde se concentran los peligros que nos acechan y que en cualquier momento nos disparan de forma brusca hacia un abismo de miedos e inseguridades. Eso lo saben muy bien los conductores cuando pasan por el centro de las ciudades y lo deberían saber también los peatones, sobre todo cuando la metonimia se hace carne y habita entre nosotros y entonces el todo se convierte en terrenos de incertidumbre. El sistema -ese ente que algún día comprendermos, pero no será desde luego en esta vida- evoluciona siempre ocupando esos compartimentos de duda y arrojando luz en el camino; el problema es cuando la crisis nos sitúa en una zona de incertidumbre total. En una situación en la que tan peligroso resulta hacer preguntas como responderlas. Dicen los que saben de estas cosas -que también comprenderemos algún día- que el mayor riesgo en los trabajos de equipo, y también en las sociedades, es la esclerosis, la paralización que provoca la ignorancia. Porque entonces llega un listo y pasa lo de siempre, que en el país de los ciegos, el tuerto se hace fuerte, se hace el rey. Basta con saber que encender una luz en la zona de incertidumbre otorga poder.

Y el poder no es más que la capacidad de controlar lo que nos rodea, esa franja estrecha por donde discurre la capacidad que tienen algunos individuos de obtener la voluntad de otros. Y así estamos, castigados por los dioses en esta zona de incertidumbre, esperando al redentor por si viene y entreteniendo la espera mientras dibujamos una y otra vez un futuro imperfecto por si algún día lo podemos conjugar para nuestros hijos. Nadie sabe qué va a pasar, qué paisaje nos mostrará el puzzle al que cada vez van faltando más piezas, cómo vamos a recomponer este mundo que se nos ha partido, dónde esconde el mago sus cartas. Nos recetaron genéricos para la astenia primaveral, y ahora se ha convertido en una depresión tan profunda que no podremos salir de ella.

Vivimos en una zona de incertidumbres. Quitándole palabras a la poesía y llenándola de números, de cifras indescifrables. La palabra ya no es un arma cargada de futuro, es una sentencia que aniquila nuestro pasado. Hay que acostumbrarse, y rápido. Porque saber tolerar y convivir en esta incertidumbre es, de alguna manera, saber llevar el sambenito de la crisis. Los dados nos llevaron primero al laberinto y de allí fuimos directamente a un pozo que nos ahoga y donde empieza a activarse el principio de incertidumbre. Ya lo dijo Heisenberg, los cuerpos en movimiento no tienen una trayectoria definida de antemano, y también lo cantó Ismael Serrano «Puede que todo siga igual. También puede que no sea así». Quién lo sabe. Es lo que tiene esto de vivir en la incertidumbre.

Pero no se apuren, que siempre hay alguien que está peor. Basta con mirar a Francia, o si no, por no irse tan lejos, miren al Consejo de Hermandades y Cofradías que todavía no sabe dónde va a poner el huevo de la pietas populi. Esos sí que están en una zona de incertidumbre.

Siempre.