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Desahucios

Cada caso concreto es una razón para reflexionar sobre la clase de sociedad que hemos creado

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Tiene que ser muy duro. ¿Te lo imaginas? Vamos a intentarlo, hagamos un esfuerzo. Echemos un vistazo a nuestro entorno. Nuestros vecinos. Nuestra casa: los muebles, todo lo que tenemos. Las cuatro cosas que hemos conseguido y que nos han acompañado durante toda nuestra vida. Y ahora imaginemos que nos sacan de ahí. Que vienen y nos sacan a la fuerza. Saltando la cerradura. O tirando la puerta abajo. Y que nos arrastran entre varios hasta la calle. ¿Puedes verte en esas circunstancias? A mí, sinceramente, me cuesta mucho. En los últimos años la realidad se está poniendo despiadada e implacable. Y estamos viendo de todo. Nos estamos acostumbrando a ver y oír historias cercanas muy angustiosas. Pero de todas las crudas escenas que se nos obliga a mirar día a día, las más duras siguen siendo los desahucios. Y sobre todo a partir de cierta edad. Porque, desde luego, no es lo mismo ser desahuciado cuando todavía eres joven y perder la casa por no poder hacer frente a la hipoteca, que ser desahuciado cuando ya eres viejo y perder la casa que ya tenías pagada, por haber avalado, por ejemplo, a tu hijo.

Las historias personales se cuentan por miles. Y van a más. Cada caso concreto es una razón para reflexionar sobre la clase de sociedad que hemos creado. El goteo es angustioso. Esta misma semana: multan a una anciana de 76 años (desahuciada tras avalar a uno de sus hijos), por encadenarse desesperada a una sucursal bancaria en Almería. «¿Qué mal les he hecho yo? He sido una hormiguita toda mi vida. Ahora solo como sopa o macarrones», declaró el otro día otra desahuciada de 73 años que también había avalado a un hijo. Y el caso de la mujer que intentó suicidarse cuando iban a desahuciarla, hace un par de días, en San Sebastian. Desde determinado punto de vista pragmático e inflexible, la tragedia personal no cuenta. No importa. Se supone que es irrelevante. El que avala con su casa la solicitud de un crédito bancario tiene que saber lo que está haciendo, argumentan. Y punto. ¡Excelente! Y por supuesto, esa es la lógica de los tiempos. Pero también es, en cierto modo, nuestro deber, intentar cambiar esa perversa lógica de los tiempos. E intentar que se respeten los derechos humanos. Y que se contemple la gravedad de las circunstancias personales. Y, por supuesto, que la dación del piso hipotecado salde la deuda con el banco. Por otro lado, los suicidios están a la orden del día. Desahucios y suicidios son los efectos más dramáticos de la maldad del sistema. Se habla de suicidios masivos en Grecia. De oleada de suicidios en Italia. Se les llama «suicidios económicos». Se ha creado hasta una asociación de familiares de suicidados por la crisis. Y en España también está pasando, me temo. Aunque no se diga. En fin. Hasta aquí el pensamiento torcido del día.