LA HOJA ROJA

HÉROES CON PIES DE BARRO

Ayer se cumplieron 20 años de la inauguración de la Expo'92, cuando fuimos el centro del mundo; nadie imaginaba lo que vendría después

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Dicen que Nabucodonosor también tuvo un sueño, como Luther King pero sin tanta repercusión mediática, tal vez porque el del rey de Babilonia fue una auténtica pesadilla al lado del 'I have a dream'. Pero tuvo un sueño, como todos lo hemos tenido alguna vez en la vida. Un sueño en el que aparecía un ídolo de oro con unos pies de barro, del que luego le dijeron -los reyes de Babilonia tenían intérpretes de sueños, y no asesores- que representaba a las edades del hombre, a la humanidad, inmensa, brillante, fuerte, pero con unos cimientos muy frágiles e incapaces de sustentarla, y que como luego se encargó de dejarnos dicho Dante en el Infierno «sobre este débil apoyo reposa la masa entera». Era una advertencia, concluyeron, pero no dejaba de ser un sueño. Un sueño de castillos levantados en el aire, sin cimientos, sin mezcla, sin ladrillos, como aquella casa de los tres cerditos que jugaban continuamente al susto o muerte.

Entre el susto y la muerte también tuvo este país un sueño. No hace tanto como para que no se acuerde, pero como tal vez la memoria histórica no es uno de sus fuertes porque más que histórica se ha vuelto selectiva, yo se lo recordaré. Ayer se cumplieron veinte años -ya, ya que veinte años no es nada- de la inauguración de la Expo'92, veinte años de aquel sueño en el que fuimos el centro de todas las miradas, en el que fuimos jóvenes, famosos, ricos, sorprendentes, simplemente maravillosos ¿le va sonando? España salía aún de la noche de los tiempos y miraba con esperanza a un futuro imparable -imparable, imparable- que nos sonreía desde el Olimpo de los futuros y que tenía su primera cita fijada en Sevilla, que materializó por unos meses el sueño de todo de un país. Infraestructuras, carreteras, puentes, los primeros teléfonos móviles, pantallas digitales, cuarenta millones de visitas, el salto al siglo XXI, el poder de los espejismos. fue el año también de las Olimpiadas de Barcelona, y el año en el que la educación se haría obligatoria hasta los dieciséis años con aquello de la ESO que nunca nos sirvió para mucho. El año en el que compartimos lágrimas con la infanta Elena cuando un guapísimo príncipe de cuento de hadas abanderó todas nuestras ilusiones. Las ilusiones de un país con una monarquía joven y modélica, que se pudo permitir el lujo de ir dando lecciones a los demás

Nadie se encargó entonces de descifrarnos el sueño, nadie se preocupó de interpretar las señales -que las había- de nuestra desdicha futura. En realidad porque nadie pudo imaginar entonces que de aquellos barros sobre los que se asentaba nuestro bienestar vendrían estos lodos. Pero hemos sido testigos de excepción, repasen por un momento las fotos de su memoria, llegaron los euros, se fue el PSOE, volvió, se fue otra vez, fuimos a una guerra, salimos de ella, se internacionalizó el terrorismo, se abrió el mundo ante nuestros ojos y aparecieron ventanas por las que asomarse al miedo, se acabó el trabajo, llegaron las redes sociales, empezaron la crisis, los riesgos, los ajustes, las reformas, los recortes. Y sólo entonces nos dimos cuenta de que los héroes siguen teniendo los pies de barro.

Ayer, la asociación Legado Expo Sevilla inauguraba un programa de actos que bajo el nombre 'Vente al Veinte' pretende hacer un viaje sentimental en el tiempo para todos aquellos que participaron de alguna manera en la celebración de la muestra. Un poco mamarracho, algo así como un encuentro de antiguos alumnos, para qué vamos a decir otra cosa, porque organizar una fiesta homenaje con proyecciones, recuerdos fotográficos, cerveza al precio de entonces -veinte duros- y música del momento, parece más un cumpleaños de los que saca Ignacio Casas en su Mentidero que otra cosa. Si a eso le sumamos las visitas guiadas que se inician hoy por el parque tecnológico -¿tecnológico?- que ocupa lo que en su día fue el jardín del Edén para que los visitantes admiren lo que pudo haber sido y no fue, pues queda la cosa algo así como El regreso al planeta de los simios. La crónica de un fracaso no anunciado.

No. Nadie nos advirtió de que los ídolos tienen los pies de barro. Y cojean. Después del último traspiés, el Rey don Juan Carlos se excusaba como un niño pequeño castigado en el patio del colegio «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir». No corren buenos tiempos para la familia real, tal vez porque no corren buenos tiempos para nadie, y ellos no iban a ser una excepción. Todo ha ido cuesta abajo. De aquella imagen de un Rey de todos los españoles capaz de mantener la calma y las riendas ante el intento de golpe de estado a ésta otra, de un Rey de baraja de cartas, que pide perdón por haberse ido a cazar elefantes mientras el gobierno hace recortables con nuestros derechos hemos atravesado un largo camino, el camino entre lo que queríamos ser y lo que somos. Nosotros los de entonces, ya nos somos los mismos. De entonces hasta ahora hay un abismo tan grande como el que atravesaron aquellos hebreos del Nabuco de Verdi, aquellos que miraban atrás y sólo podían cantar 'Oh mia patria sì bella e perduta!' Patria mía tan bella y perdida. ¿qué más nos quedará por ver antes de despertar?