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Penuria verbal

Detrás de las buenas ideas, de las frases potentes, suele habitar un talento en la sombra

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Acaso no es el momento de mayor duda el que da a luz nuevas certezas?». Una frase tan redonda no se le ocurre a un político profesional, salvo a Václav Havel, el desaparecido presidente checo, una de las cabezas más lúcidas y valientes de la política europea de entre siglos. Alguien como él, capaz de dirigirse a sus compatriotas diciendo «supongo que no me han propuesto este cargo para que yo también les mienta», puede atraer como un poderoso imán la atención de su auditorio y pulsar los resortes más íntimos de los hombres donde se gestan las fuerzas individuales que mueven una colectividad. Encontrar una frase que sacuda los espíritus, que levante los corazones, que hinche los pulmones de una nación es extremadamente complejo. Encontrar la chispa que encienda la hoguera del público no está al alcance de cualquiera, por eso todavía seguimos viviendo de las cenizas del esplendor pasado y repitiendo aquello de: «Pregunta no lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país»; o «Bajo los adoquines está la playa»; o «La solución no es el Gobierno, el Gobierno es el problema»; «No tengo más que ofrecer que sangre, sudor y lágrimas»... y un ramillete de fogonazos verbales que salpican la historia de la política contemporánea. No se trata de 'ocurrencias' a las que son tan aficionados los equipos de asesores que rodean a los líderes. Ese es un arte menor útil para el vuelo bajo de la política, para zaherir al adversario o llegar a la epidermis populista de los partidarios.

La frase debe ser trasgresora para provocar, luminosa para traspasar las fronteras ideológicas y densas como una gota de mercurio para sintetizar todo un discurso con muchos impactos intelectuales. Algo parecido a lo que en su primera campaña electoral para las presidenciales francesas hizo Nicolás Sarkozy cuando derribó el mito de mayo del 68: «Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral; la idea del todo vale, de que no hay diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo». Pero detrás de las buenas ideas, de las frases potentes suele habitar un talento en la sombra. Y de la misma forma que para Mitterrand lo fue Eric Orsenna un escritor brillante, premio Goncourt, y para Tony Blair su amigo Alastair Campbell cocinaba las ideas que le preparaba Anthony Giddens, al presidente francés le iluminaba Henri Guaino. El gran poder retórico de Obama no habría brillado tanto sin tener detrás la brillante pluma de un joven de 27 años, Jon Favreau (Favs), experto en dar énfasis a las palabras de su jefe y conectar con el público. Pero a la vista del actual relato político que planea rasante sobre nosotros, tan previsible y tan insípido como un filete de pavo frío, ni R en Moncloa ni R en Ferraz tienen quien les escriba.