
Diallo, testigo protegido
La mujer que acusó de violación a Strauss-Kahn vive custodiada por la policía en un lugar secreto de Nueva York para evitar el acoso mediático y a los abogados del político francés
Actualizado: GuardarDesde su última aparición pública en una iglesia de Brooklyn el pasado 28 de julio para «contarle al mundo» el infierno en que se había convertido su vida por la supuesta agresión sexual de Dominique Strauss-Kahn, nada se sabe del paradero de Nafissatou Diallo. Protegida por la Policía en un lugar secreto de la ciudad de los rascacielos, las escasas pistas sobre la situación de esta guineana de 33 años las ha ofrecido su abogado en una reciente comparecencia ante un tribunal federal en el Bronx. «Nafissatou todavía tiene dolores por las lesiones en el cuello y en el hombro, pero sobre todo padece emocionalmente», explicó el abogado Kenneth Thompson tras su encuentro con el juez que instruye una causa civil contra el exdirector del Fondo Monetario Internacional (FMI). En EE UU no se ha dicho la última palabra sobre el político socialista francés, por más que la Fiscalía lo dejara libre por no dar crédito al testimonio de la limpiadora del hotel Sofitel de Manhattan. La defensa, nunca conforme con la actuación del fiscal Cyrus Vance, clama para que se haga justicia por el grave daño causado a su cliente: «Ya no sale a trabajar y solamente su hija le transmite ganas de vivir». Thompson solicitó el régimen de testigo protegido para su defendida para evitar el acoso mediático y, sobre todo, los intentos de los abogados de Strauss-Kahn de contactar con Diallo.
Pocas cosas le han resultado fáciles a Nafi, como la llaman sus amigos, desde que llegó de África con una niña pequeña en brazos y sin una pareja en quien apoyarse. En la zona del Bronx donde ha vivido los últimos siete años, los vecinos que se atreven a hacer algún comentario hablan bien de ella, aunque sin derroches. El tipo de palabras que se dicen cuando alguien tiene una presencia más bien discreta en la calle, correcta en el trato, una persona que antes del escándalo jamás había generado habladurías. «No supe su nombre hasta que la vi en televisión», dice el empleado dominicano de una 'bodega' -pequeña tienda de barrio- que Diallo frecuentaba. Casi en los mismos términos se expresa la dueña de un restaurante de comida para llevar. «Venía a veces a por algo para cenar», comenta de manera escueta mientras señala un edificio de ladrillo rojo donde la excamarera residió hasta hace unos meses.
Por fuera luce como tantos otros bloques de apartamentos del extrarradio neoyorquino. Y por dentro es un mosaico cultural típico de estas calles situadas a espaldas del 'Yankee Stadium' (el campo de béisbol más famoso de Norteamérica). Puertorriqueños, dominicanos y un número creciente de inmigrantes subsaharianos conviven en él sin mayores problemas, solo que los vecinos le han colgado la etiqueta de 'edificio malo' por las frecuentes visitas de la Policía en busca de algún traficante de drogas. Aun con pésima fama, los apartamentos de dos habitaciones no bajan de los mil dólares (unos 760 euros) al mes, un alquiler inalcanzable para una empleada de hotel cuyo salario no subía de los 23.000 dólares al año. Al final las cuentas cuadraban porque Nafissatou compartía la renta con dos de sus hermanos. Por lo demás, cuatro personas en una pequeña vivienda no es una situación límite en el Bronx, un barrio que ha ido superando con los años el estigma de hermano pobre y violento.
Un juez del Bronx
A tan solo diez minutos a pie de la antigua residencia de Nafissatou Diallo, un enorme edifico cuadrangular que aglutina varios juzgados preside el paisaje urbano. En un despacho también inmenso, ubicado en la sexta planta del Tribunal Supremo, trabaja el magistrado encargado de la causa civil promovida por la defensa de la limpiadora guineana. Se trata de Douglas McKeon, un hombre de 63 años que suele hablar con la misma pasión del Bronx, el barrio donde vive, que de su larga carrera en la judicatura. Frente a la asepsia y la ambigüedad mostrada por las autoridades judiciales de Manhattan, que se saldó el pasado agosto con la puesta en libertad sin cargos de Dominique Strauss-Kahn, también conocido por sus siglas, DSK, McKeon ha puesto en duda la inmunidad diplomática que ha aducido machaconamente la defensa del exdirector del FMI. «¿Lo que ocurrió entre DSK y Nafissatou Diallo entraba dentro de sus funciones al frente del FMI?», preguntó no sin cierta ironía el juez a la defensa durante la primera audiencia celebrada el pasado 28 de marzo.
El poderoso equipo de abogados del político francés así lo entiende, por lo que volvió a pedir que se desestime el caso. «Por décadas, si no siglos, los dignatarios internacionales que vienen a este país han gozado de la misma inmunidad diplomática que alegamos en el caso del señor Strauss-Kahn», afirmó Amit Mehta, uno de los letrados al presentar sus argumentos. Curioso que la defensa siga disparando por ahí, cuando el FMI dejó sentado tres días después de la detención de DSK que «la inmunidad del director general es limitada» y no aplicable en su arrebato sexual del hotel Sofitel.
Kenneth Thompson, el abogado defensor de Diallo, cuyos argumentos nunca encontraron respaldo por parte del fiscal Cyrus Vance, ha visto en la disposición del magistrado del Bronx una oportunidad para pedir que la causa civil, de ser finalmente activada, no se limite a una indemnización a su cliente. «No estamos interesados en un mero acuerdo económico porque Nafissatou está padeciendo y necesita justicia. Queremos una sentencia», proclama el letrado.
La pelota está ahora en el tejado del juez McKeon, que en cuestión de semanas deberá decidir si, tras lo que ha llovido, hay elementos para una causa civil y con ello un nuevo frente para DSK en EE UU. Votante del Partido Demócrata, el juez no ha tenido reparos en hablar estos días sobre los fundamentos de la Justicia que más valora. Por ejemplo, habla con respeto de los jurados e insiste en la sociedad única que se establece entre el tribunal y la comunidad en que se inserta. Los jurados del Bronx, a menudo más pobres que la media, tienen reputación de «ser más generosos en sus fallos sobre asuntos civiles», explica. Sin embargo, este cliché ha comenzado a cambiar con las nuevas generaciones, con mayor nivel educativo que sus padres y otros puntos de vista.
Acostumbrado a trabajar bajo la fuerte presión derivada de unos tribunales continuamente saturados, el magistrado es partidario de los acuerdos negociados que eviten los juicios. «En un proceso civil, lo importante es crear las condiciones para el diálogo», dice. Más del 90% de los casos termina en un acuerdo financiero y el de Strauss-Kahn probablemente no será una excepción.