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Mientras los cargos políticos provinciales siguen inmersos en sus trascendentales cuitas partidistas, en espiar y chismorrear sobre qué hace y dónde está el oponente, los presupuestos generales del estado se hacen carne. Seca, escasa. Suponen la enésima mala noticia para una provincia que ya ni siente los golpes y la confirmación de una actitud asombrosa: da igual la decepción, cancelación, derrota o pérdida colectiva. Todo el mundo la asume por esperada e inevitable.