La disyuntiva recortes-intervención
Actualizado: GuardarEl presidente Rajoy explicó el lunes en una reunión de la dirección del PP abierta a los medios que los Presupuestos del Estado para este año, los más austeros de la democracia, cuyo proyecto entró ayer en el Parlamento, desarrollan una dura política de recortes porque «no hay otra alternativa». Asimismo, celoso de su credibilidad, insistió en que no tiene todavía ninguna buena noticia que dar a los españoles, de donde se desprende que de momento no podemos sino esperar nuevas dosis de sangre, sudor y lágrimas.
Es poco objetable el argumento central de este discurso, que también mantuvo en todos sus términos el gobierno anterior: o España acepta las reglas europeas, administradas por el directorio francoalemán, que obligan a avanzar inexorablemente hacia la estabilidad presupuestaria para consolidar el euro, o se verá abocada al vértigo de un rescate, probablemente más doloroso todavía que el camino planteado y, desde luego, de resultado mucho más oneroso e incierto. De momento, la única objeción sensata que puede oponer la oposición al camino trazado por el gobierno es la que versa sobre la necesidad de lograr por todos los medios estímulos fiscales para mitigar la recesión que ya nos aqueja y adelantar la futura creación de empleo cuando se recupere el crecimiento. Bruselas debería, con el consentimiento de Alemania, aplicar fondos a la inversión en el Sur de Europa.
El debate ideológico tiene, pues, escaso recorrido en esta tesitura, como puede verse también en Francia, donde el candidato socialista, Hollande, que se enfrenta este mismo mes a Sarkozy en la primera vuelta de las presidenciales, no objeta el fondo de la estrategia aunque esté dispuesto a revisar el reciente Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza aprobado por la UE en marzo. Sin embargo, no debería desprenderse de la actual coyuntura, y de las políticas de excepción que se aplican, que, como resultado de esta crisis, ya podemos despedirnos para siempre del Estado de Bienestar.
El adelgazamiento de lo público que está teniendo lugar, y que ha sido necesario por la coincidencia de la recesión con la destrucción súbita de una parte relevante de nuestro aparato productivo no es ni mucho menos irreversible. Antes al contrario: el esfuerzo que ahora se nos exige no ha de servir para consolidar el estado mínimo ni para debilitar la cohesión social, que es el fruto de una conciencia de solidaridad interna.
De esta crisis, todos deberemos aprender lecciones decisivas, pero la más importante debe consistir en reconocer sus causas, que han sido la gran desregulación financiera y la falta de una política económica rigurosa. El fundamentalismo neoliberal que nos ha traído hasta aquí debe ser sometido a una profunda revisión.