SOMOS DOSCIENTOS MIL

LA ERA DE LAS COMUNICACIONES

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Que estamos inmersos en la era de las comunicaciones, es algo fuera de toda duda. A los medios tradicionales como son la prensa escrita, la radio y la televisión, se nos ha unido internet y, especialmente, las denominadas redes sociales entre las que, con toda seguridad, conocerán las más famosas, tales como Facebook o Twitter.

En la práctica ello implica que, mientras que antiguamente uno debía aguantar hasta la mañana siguiente para comprar el periódico, o encender el aparato de radio o televisión y esperar a que hubiera un programa de noticias, actualmente, con casi cualquier dispositivo electrónico (ordenador, tablet, consola, teléfono móvil, etcétera), uno puede estar al tanto de la actualidad, en cualquier sitio y con una inmediatez que asusta.

Incluso la actualidad ha dejado de ser exclusiva de los medios de comunicación. Cualquiera de nosotros cuelga en internet o en su perfil social una noticia, por muy disparatada que sea, y la misma corre como la pólvora llegando a un número de ciudadanos que, hace sólo una década, se antojaba impensable.

Ante tal panorama, que existan los denominados piquetes informativos, que tanto se prodigaron en la huelga del pasado jueves, resulta cuanto menos paradójico. Nadie que se precie de estar más o menos al día, desconocía que este pasado 29 de marzo, los denominados sindicatos de clase habían convocado la primera huelga general contra la reforma laboral aprobada por el recién llegado gobierno del PP. Por ello, se me antoja innecesario que los piquetes estuvieran todo el día recorriendo empresas para informar a sus trabajadores. Menos aún, que centraran su atención en aquellos sectores estratégicos que pueden llevar o no al éxito de la huelga, y que se concretan, primero en los grandes distribuidores de los mercados, después en los transportes, las grandes empresas, el comercio y banca del centro y, finalmente, las grandes superficies.

Todos los empleados de todas y cada unas de tales empresas eran perfectamente conscientes de que, ese jueves, los sindicatos habían convocado una huelga y, salvo que las organizaciones sindicales consideren estúpidos a los trabajadores, ninguna falta hacía estar a las puertas de las empresas recordando lo que todo el mundo sabía.

La única explicación que me permite entender la existencia de tales piquetes, es pensar que los mismos no responden a su apellido de informativos sino que, por el contrario, son piquetes activos que lejos de transmitir una noticia, en realidad se dedican a coaccionar, intimidar y asustar, aunque sólo sea con su presencia masiva, a aquellos trabajadores que, en uso de un derecho constitucional, decidimos aquella mañana acudir a nuestro puesto de trabajo. Lo cierto es que todo el país conocía que había convocada una huelga general, por lo que el trabajo de los piquetes informando carecía de lógica alguna.

Pero de hecho la realidad es muy distinta. Más de un centenar de detenidos y otra centena de heridos (aun siendo consciente de que estas jornadas sacan a la calle a mucho vándalo), señalan a las claras que nos hallamos ante un problema de notable envergadura que, al parecer, no va a acabar aquí. Problema que exige el inmediato dictado de algún tipo de norma que, por un lado regule la propia huelga (la ley actual es preconstitucional), y por otro endurezca las penas, tanto para aquéllos que coaccionan, como para la panda de sinvergüenzas que se dedican a destrozar cualquier cosa que quede a su alcance.

Por cierto que, como de informar se trata, dado que con tanta tecnología informativa sabemos cuál es la asignación de la Casa del Rey, conocemos qué cobra el Presidente del Gobierno y sus Ministros, e incluso sabemos por cuánto nos sale nuestra Alcaldesa, bueno sería que estos piquetes algún día nos informen de cómo se financian los sindicatos y, en especial, de cuánto cobran al año sus dirigentes. Si les soy sincero, desde que comencé a dedicarme al periodismo, y eso era en mitad de los ochenta, el secretario general de uno de tales sindicatos en Jerez es siempre la misma persona. Eso sólo puede significar dos cosas: o realmente es bueno en su trabajo, o el sueldo es de una categoría que no lo echan ni con agua hirviendo.