LA HOJA ROJA

TAMBIÉN LA LLUVIA

Porque es difícil saber dónde está la verdad. Pero no imposible. Hay cosas que, por ciertas, es imposible negarlas

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Tal vez sea por el efecto Gallardón por el que en las últimas semanas estoy más madre que nunca. No, no me malinterpreten, que lo de la «mujer-mujer» de Aznar y lo de la «madre-madre» del ministro me cogen muy de lejos. Muchísimo. Sin embargo, cualquiera que tenga hijos a su cargo -o que los haya tenido, que en esto se cumple a rajatabla aquello del que tuvo, retuvo-, cualquiera que haya compartido un hogar con muchos niños sabrá a qué me refiero. Pónganse en situación. Llega el final del trimestre, y todos los chiquillos preguntan a su madre: «¿Quién ha sacado las mejores notas? ¿Cuál es el mejor de todos?». Y la madre, paciente, va diciendo a cada uno lo que quiere oír. «Has sido tú, aunque tu hermano también ha sacado buenas notas, y tu hermana también». Y los niños, pesados como son todos los niños, vuelven a la carga, «Pero en comparación ¿quién de los tres?». Y una se va inventando argumentos para calmar los ánimos infantiles y les dice: «Verás, cuando tu hermano tenía tu edad sacaba mejores notas, pero tú en la pasada evaluación lo superaste en dos asignaturas y si tu hermana se hubiera espabilado un poco más, te habría cogido delantera». Y así, va reconfortando espíritus y jugando al juego de «Todos sois los ganadores». ¿A que les suena? ¿A que más de una vez tuvo que argumentar que en el parchís todos los jugadores tienen premio? ¿A que en el fondo es demasiado fácil contentar a los niños?

Es por eso por lo que del paternalismo estatal -del que tanto nos hemos quejado- hemos pasado a un maternalismo político tan atávico que, ante el menor resbalón, buscamos la ayuda de nuestra madre para que nos recite el conjuro mágico «Ea, ea, ya pasó, ya pasó». Es a lo que nos hemos acostumbrado. Ya lo saben. En las pasadas elecciones autonómicas, todas las formaciones políticas han sacado las mejores notas. «Mamá, ¿quién ha sido el mejor de todos?». «Pues tú, que con lo mal que te has portado, has conseguido aprobar todo el curso. Y tú, que a pesar de todo lo que has estudiado y sabiéndote de memoria el temario no has alcanzado una matrícula porque el profesor te tiene manía. Y tú, también, que de ir siempre arrastrando asignaturas has conseguido subir un poco y casi llegas al cinco. Todos sois muy buenos, hijos míos». Todos. Y así nos va.

Con la huelga del pasado jueves nos ha pasado tres cuartos de lo mismo. Cada uno cuenta la feria como le va. Ha sido un éxito o ha sido un fracaso -o un éxito también, si de lo que se trataba era de acallar todas las voces-. Los porcentajes hablaban de un diez, un veinte, un treinta, un cuarenta, un ochenta por ciento según los datos que manejaban. Los convocantes decían «Mamá, mamá ¿cuántos han seguido la huelga?». Y mamá les consolaba, «Muchos, muchos, mira el consumo eléctrico que bajito ha sido». Y los de enfrente protestaban «Mamá, mamá, ¿cuántos hemos ido a trabajar?». «Muchos, hijo mío, muchos, mira casi un noventa por ciento acudió con normalidad a su puesto de trabajo». «¿Y los piquetes, mamá, cómo hemos estado? ¿Hemos sido buenos?». «Claro que sí, queridos míos, habéis conseguido convencer a tantos que hay que felicitaros», o «Nada, nada, los piquetes no han logrado que la huelga fuera general. Habéis sido unos valientes». Y todos tan contentos.

Debe ser cosa del relativismo este que tanto asusta a la Conferencia Episcopal y al que culpan de todos los males del mundo, como si de una plaga bíblica se tratara. Aunque no nos queda otra que vivir en la relatividad, porque hace mucho que los espejos son cóncavos y los cristales opacos, y así cualquiera sabe dónde está la verdad. A ciegas nos vamos dando palos hasta que un tuerto nos indica el camino entre tinieblas. Y entre tinieblas creemos distinguir sombras que nos guían y que muchas veces no son más que el reflejo engañoso de nuestra propia silueta jugando en la penumbra. Perdidos. Sí. Nos hace falta una madre, como a aquellos Niños Perdidos de Peter Pan. Una madre que nos cuente muchos cuentos, que nos diga siempre lo que queremos oír y que nos tape los oídos cuando lleguen los truenos. Y que nos cante canciones para que olvidemos la lluvia.

Porque es difícil saber dónde esta la verdad. Pero no imposible. Hay cosas que, por ciertas, es imposible negarlas. Miren, si no. Lo único que hay que hacer en esta ciudad para que llueva es vender sillas. Y las tres mil sillas de la Magna son la prueba más evidente. Nadie escarmienta en cabeza ajena. También la lluvia nos acompañará en esta Semana Santa, y otra vez veremos a los hermanos mayores llorando mientras los pequeños se divierten. «Mamá, mamá ¿y ahora qué hacemos?».