YO SOBREVIVÍ AL SEGUNDO CENTENARIO
Actualizado: GuardarEl Bicentenario ha existido y nadie sabe como ha sido. El 19 de marzo de 2012 no se inauguró el famoso segundo puente, ni tuvo lugar la puesta de bandera del Parador. La Casa del Almirante y Valcárcel siguen cerrados a cal y canto y en el Castillo de San Sebastián podía grabarse un nuevo capítulo de 'Manos a la Obra'. Tuvimos al menos el Oratorio de San Felipe que la Junta de Andalucía tuvo a bien de ceder en tiempo y forma a la Iglesia para que fuera el Obispo quien recibiera a sus puertas al rey Juan Carlos. Y, al menos, La Pepa que esa noche estrenó la bailaora gaditana Sara Baras mantendrá vivo durante sus ya contratadas doscientas representaciones el espíritu de un pueblo cuya libertad siempre se identificó con la belleza y con la alegría.
Yo sobreviví también al Segundo Centenario, una efeméride a la que muchos recordarán sin duda por los singulares atascos que vivió la Plaza de España y el Campo del Sur, bajo un castillo de fuegos artificiales al menos tan espectacular como el del Trofeo o el de la Velada de los Angeles que en paz descanse. Ese día, sobre la capital gaditana riadas de curiosos deambulaban sin saber qué hacer, ante las entradas restringidas al Tedeum del Oratorio, la efímera entrega de flores en el monumento de la Plaza de España o las calles cortadas a cal y canto por las medidas de seguridad del acto solemne que tuvo lugar en el templo de San Felipe Neri donde, doscientos años después de que Andalucía proclamara la libertad de España, el protocolo impidió que tomase la palabra el presidente de la Junta, equiparado en la mesa a la vicepresidenta primera del Gobierno.
¿Era imprescindible esa postergación de Andalucía en los fastos del Bicentenario? Si la Constitución del 12 se hubiera proclamado en Santurce o en Olot, ¿hubieran tenido que permanecer en silencio el lehendakari o el president de turno? Bienvenida fue, sin duda, ese despliegue de banderas rojigualdas desde las Puertas de Tierra a la Plaza de Sevilla o la de España propiamente dicha. Se trataba de evocar el momento histórico en que Cádiz fue capital del reino y en donde ese pabellón ya identificaba a nuestro país desde 1785. Pero, ¿no identifica también a nuestro Estado la bandera blanquiverde? A lo peor se trata de un guiño a la temida y temible recentralización que empieza a plantearse desde algunos sectores neoconservadores o sin el neo y de la vieja izquierda jacobina. Resulta paradójico que en uno de los pocos lugares en que podía verse dicha enseña durante esa jornada fuera en la flamante sede de UPyD, una formación política que abomina de los nacionalismos periféricos aunque en esta ciudad guarde relación con antiguos militantes del PA, hasta heredar incluso su sede. En la trimilenaria, la nota de color la puso sin duda la bandera republicana que colgaba de la sede de Izquierda Unida, no muy lejos de donde tomaba la palabra Juan Carlos I y hasta donde no llegaron, sin embargo, los acordes del himno de Riego que podía oírse a través de un aparato de música estratégicamente situado en las inmediaciones de dicho recinto.
Por lo demás, el 12 fue zafiamente utilizado por el PP para equiparar su espíritu liberal con el de la reforma laboral afrontada por el Gobierno y que merecerá una huelga general el próximo 29, aunque ni los sindicatos estén demasiado seguros de su suerte, apenas cuatro días después de que el partido de las gaviotas asuma según todas las previsiones la mayoría absoluta en Andalucía y veremos a ver si también en Asturias. Los socialistas, por su parte, acusaron de sectarismo al partido de Teófila Martínez y de Mariano Rajoy. Lo cierto es que, so pretexto del tamaño del recinto, no sólo se mostraron rácanos en el reparto de invitaciones para el acto del Oratorio, que se convirtió en una suerte de homenaje al tataranieto de Fernando VII. Tampoco anduvieron protocolariamente generosos, sin embargo, con otras convocatorias de ese mismo día en lugares que contaban con mayor aforo y en los que el pluralismo institucional brilló también por su ausencia.
Un anuncio probablemente de los tiempos que vengan y un reflejo de uno de los principales males de la celebración del Bicentenario, esa dispersión de esfuerzos por parte de las diferentes instituciones con responsabilidad en el evento y que desde hace años vienen respondiendo más a posiciones partidistas que a una apuesta en común por una efeméride que nos concierne a todos. Quizá por ello el Bicentenario, en lugar de haber logrado su merecido rango de acontecimiento nacional, quedó en una especie de verbena mejorada, incluso con los acordes de Paquito El Chocolatero y de La Abeja Maya durante el alegre pasacalles de Els Comediants. Cádiz, que nunca tuvo pelo de la dehesa, en esos días lució toda una melena llena de caspa. Al menos, todavía nos queda mucho 2012 para corregir tales errores. Y, probablemente a partir de hoy, ya no cabrá echarle la culpa de lo contrario a la guerra de los partidos. Si las urnas autonómicas no dicen lo contrario, uno solo acumulará quizá el mayor grado de poder que ninguna otra formación política habrá tenido durante nuestra reciente historia democrática, heredera en gran medida de aquel brote verde del liberalismo que afloró en Cádiz doscientos años atrás.