La raza cósmica
Actualizado: GuardarConviene al cuerpo lo que conviene al alma y viceversa, como al futuro de la sal conviene, la de la mar marina, que arrecien las ventoleras del Levante. Nos realizamos en la alteridad; en aquello que reside en nosotros que pertenece a otro y así la sal se realiza en el viento como el alma se objetiva en la carne. Somos continentes, cuya geomorfología se configura sobre territorios de aluvión. Sobre aportes materiales de cuencas hidrológicas culturales convergentes en un complejo delta, al que vienen a parar, encauzados por la historia, miríadas de matices, tácitos muchos de ellos, del patrimonio patriótico, material e inmaterial, hasta tal punto, que las lindes entre lo que es del padre y lo que es del hijo se difuminan.
Para esa lujosa mecánica de fluidos enigmáticos de los transvases procedentes de los 'fondos oceánicos de la cultura', como los llamaba nuestro querido poeta Rafael Soto, Cádiz supone ser el gran reservorio. El gran estanque en el que han de remansarse esos caudales, algunos tumultuosos, todos fecundos, tan vetustos. Los de las fuentes fenicias, tartésicas, púnicas, romanas e islámicas. Los de Italia. Los encauzados desde Cantabria, Euskadi y Galicia, más cercanos. Pero, además, los caudales atmosféricos de todos los manantiales que manan en América.
Cádiz, siempre ejerció de 'Axis Mundi', eje iluminado del mundo, comprometida con la modernidad entendida como sistema clásico, como disciplina. Un catalizador imprescindible de todas las corrientes avanzadas, que ha superado períodos de voluntario ostracismo suicida, al discurrir su vida por una sinusoide de venturas y desventuras. Convendría en estos precisos días leer en Cádiz el ensayo 'La raza cósmica' del humanista mexicano José Vasconcelos, para entender que esa 'quinta raza' que propugna, esa 'raza de bronce', debiera recircular por las calles-acequias de Cádiz, porque a Cádiz conviene lo que conviene a América, como conviene al chícharo la vaina. Las sangres simbióticas de los pueblos pacientes, demasiado pacientes y abnegados, que les gusta cantiñear arrebujados al rescoldo de un solecillo cómplice que les perdona su actitud inane. Su indolencia marchita.
«Por mi raza hablará el espíritu», decía Vasconcelos, convocando al ara al charango, al guitarrón, al requinto, a las tumbadoras y al bongó, para con esa bulla despertar a Cádiz y que así se reincorpore como sacerdotisa a la ceremonia de la rebeldía; al porvenir infinito del amerindio airoso. Poner a trabajar a nuestra raza cósmica transoceánica en sintonía desde el Cádiz criollo, siempre será mejor, más altruista y benigno, que afilar el machete. Nuestro feraz caudal canoro debe irrigar Europa.