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Llueve

Todos los pobres hombres terminan en la cuneta de la historia al sentirse reyes

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Llueve, pero la lluvia tan deseada no alivia la mirada triste de las personas con las que me cruzo. Llueve, y las frías gotas de esta primavera cumplidora mojan las portadas de los periódicos que una mano ordenada ha colocado en la acera para su venta. Pero se venden poco. La gente se para y mira de soslayo los grandes titulares, y entonces noto que aceleran, no sé si porque la lluvia cala o porque arrecia la vergüenza ajena de la palabra impresa. Llueve y me paro muy de mañana frente al quiosco donde las portadas se manchan de agua recién caída, incapaz de aliviar la suciedad de las caras que veo retratadas, tampoco la repugnancia de algunas palabras y verbos que anuncian lo peor de la condición humana cuando esa condición se pone al servicio de la política. Llueve, y escucho a Serrat para soportar el día.

En la radio, unos señores muy serios hablan de la salud mental de Francisco Camps, que amenaza con volver y hacerle un roto al PP al modo en que Álvarez-Cascos se lo ha hecho en Asturias. Camps, que ha dejado en bancarrota la Comunidad Valenciana; Camps, que ha sido declarado inocente por eso de los trajes pero que aún le hemos de ver sentado en el banquillo; Camps, que asegura que su «bagaje es impresionante», anuncia que se siente con facultades para ser presidente del Gobierno. Y es entonces cuando siento que la lluvia que cae sobre mi cara es como ácido, algo desagradable y viscoso.

Al tiempo que llueve sobre los chopos medio deshojados una jueza de Sevilla manda a la cárcel al conductor del que fuera director general de Empleo de la Junta de Andalucía. La radio insiste en hablar de la salud mental del chófer y del que fuera su jefe, pero yo solo siento que llueve también sobre la portada del periódico en la que el conductor dice que se gastaba al mes casi cinco millones de pesetas en cocaína con dinero que robaba a los andaluces. El chófer, que terminó rico para finalizar preso, recuerda a un personaje de 'Los Soprano', pero eso quizá él no lo sepa. Catorce gramos de farlopa al día, siete para cada uno, dan para mucho, pero no para verse retratado en la serie de David Chase. Dormían poco, le ha dicho a la jueza. Ahí, en la serie de televisión, cabe por derecho propio Jaume Matas, uno que fue ministro y presidente autonómico, que vio llover desde un palacete que se compró con un dinero que ahora no sabe explicar cómo le llegó. Todos los pobres hombres terminan en la cuneta de la historia al sentirse reyes. Lejos de él los que le hubieran recordado que hay cosas que es mejor no hacer. Y cerca, su mujer, esa señora bien que compraba lechugas con billetes de 500. Sí, cualquier tiempo pasado fue mejor. Eso pensará Matas mientras ve desde su palacio cómo llueve. Y en la cárcel, también llueve y llueve.