Sociedad

Un miura muy notable y una preciosa faena de José Luis Moreno

Un bravo victorino bueno, quinto de la tarde, y cumple Bolívar con recursos

CASTELLÓN. Actualizado: Guardar
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Miura trajo dos toros cinqueños. Uno negro de 650 kilos que rompió plaza y uno castaño de casi 600 que hizo tercero. El negro se llamaba Redondito, sangró mucho en tres puyazos severos pero en buen sitio y tuvo en la muleta son seguro, compás y ritmo. Toreó exquisitamente José Luis Moreno.

En los medios la faena entera, que tuvo, igual que el toro, ritmo y compás. Este toro de Miura tuvo sus cuarenta y tantos muletazos. Los viajes por la mano derecha fueron calcos unos de otros.

José Luis Moreno lo hizo bien y bonito todo. Y puro porque ligó sin ventajas, llevó los viajes del toro cadenciosamente, los remates de muletazo fueron lindos. Sencilla elegancia. La voz fue parte de la torería. Un pase de la firma para soltar en el remate de la primera tanda, uno obligado de pecho, un remate a dos manos, un cambio de mano por delante antes de concluir una primera tanda con la izquierda: todo eso entró en la antología de una hermosa faena inesperada. Inesperada no por lo que hace al torero de Dos Torres, que siempre ha sido intérprete clásico, sino porque costaba imaginar un toro de Miura tan redondamente bueno.

El toro había pedido en los medios la muerte, Moreno cambió de espada sin llegar ni a la segunda raya y parecía que en el mismo platillo iba a ser. O tendría que haber sido. En corto y por derecho. Costó cuadrar al toro entre rayas y más todavía costó pasar. Tres pinchazos sin fe y tres golpes con el verduguillo. Al primer intento con el descabello contestó el toro con una arrancada fiera desde tablas hasta más allá de la segunda raya. Gran toro, gran faena.

Ninguno de los otros dos miuras de este tercer y último asalto se acercó ni de lejos al aire del primero. El veterano Manolo Montiel picó con maestría y valor. ¿Algo trasero el tercer puyazo? La manera de montar y de echar la vara, y de sujetar debajo el toro sin rectificar: piquero soberbio. Lo aclamaron, no quiso destocarse. Paquito Ramos anduvo diligente. Una estocada en los bajos pero ladeada.

Victorino cerraba feria con tres toros que parecieron hermanos menores de los tres que echó el sábado aquí mismo: un terciadito cuarto, que se apagó sin resuello después de varas y que, teniendo, bondad, no pudo ni con el rabo; un quinto bajito y de bellas hechuras, astifino, de felino estilo y sobresaliente movilidad, de nota discreta en el caballo pero de elasticidad, nobleza y prontitud muy notables en la muleta; y un sexto paletón, alto de cruz, ni feo ni bonito sino todo lo contrario, muy castigado en varas pero toro incansable de los que embisten más con el cuello que con los riñones y, sin ser pegajosos, no llegan a despegarse nunca. Lapas.

José Luis Moreno le pegó al cuarto varios muletazos a cámara lenta, como si dibujara a pulso; Bolívar se entendió con el gran quinto de igual manera cuando arreó el toro y cuando dejó de arrear. Algo por fuera los enganches y toques, faena de acompañar más que de poder o templarse. Gustó. A Paquito Ramos se le atragantó el hormigueo constante del sexto toro, estuvo listo cuando toreó tapado, no pudo sujetarse cuando pretendió estirarse y, en fin, hasta ocho veces tuvo que entrar con la espada. Y sonó un aviso.