Los juguetes de la vergüenza
Actualizado: GuardarUn edificio de ladrillo rojo en medio de la nada. Tres pisos completamente desubicados en el centro de un descampado situado a casi 30 kilómetros de la ciudad más cercana, la china Yiwu. Nadie diría que en su interior se fabrican los juegos, las risas y los sueños de miles de niños de todo el mundo. Pero es así. El repiqueteo de la maquinaria avisa desde lejos de que, en el interior de lo que podría ser una construcción abandonada, se lleva a cabo una actividad fabril. La inconfundible forma de los trozos de tela de colores esparcidos a la entrada evidencia que en su interior cobran forma divertidos seres de renombre internacional. Sí, es una de los miles de fábricas de juguetes del principal productor del planeta.
En el interior hace frío. No hay calefacción, y los 80 trabajadores van forrados como cebollas. En verano, a 35 grados, la situación es inversa. Solo se atreven a levantar la mirada unos segundos antes de volver a fijarla en la máquina de coser, la cortadora o el montón de material de relleno. Este periodista tiene que hacerse pasar por un importador para conseguir acceder a estas fábricas semilegales sin levantar sospechas, y las entrevistas con los pocos trabajadores que se atreven a hablar se llevan a cabo lejos de las instalaciones en su único día de asueto semanal.
Xu Weixiong es una de las que quieren contar su historia. Esta joven de 22 años, originaria de la provincia de Henan, llegó a Yiwu, uno de los principales centros manufactureros del país, hace cuatro años. «Desde los 14 había trabajado en la pequeña parcela de tierra que tienen mis padres, y cuando cumplí 18 decidí viajar para ganar más dinero. Una tía mía conocía a uno de los supervisores de la primera fábrica en la que trabajé y me colocó». Allí estuvo cosiendo guantes de trabajo por menos del salario mínimo. «A los recién llegados siempre nos ofrecen sueldos míseros, porque dicen que aprendemos el oficio, y hay muchas fábricas, sobre todo de textil, en las que los trabajadores son esclavos».
En dos meses Xu consiguió que una fábrica juguetera le ofreciese 800 yuanes (100 euros) y desde entonces no ha abandonado el sector. Lo que sí hace, como la mayoría, es saltar de empresa en empresa cada seis meses, más o menos. Es la forma que tienen de conseguir un aumento salarial y hacer valer su experiencia. «La mayoría son pequeños negocios familiares que nos dan dos días libres al mes. Hacemos muchas horas extra, pero porque queremos. Es un complemento imprescindible para el sueldo. Y la verdad es que no hay mucho que hacer en el pueblo».
Así, Xu gana ahora en torno a 1.500 yuanes (180 euros) al mes, tres veces más que sus padres. Eso sí, se expone a sufrir enfermedades respiratorias crónicas, ya que el relleno que utilizan para los peluches es, en demasiadas ocasiones, tóxico. De hecho, en una de las tres fábricas visitadas por V, el propio supervisor reconoce que algunos de los materiales no están en conformidad con las normativas europea o estadounidense. «Pero eso no importa en África o Asia», dos mercados emergentes que compensan en parte el batacazo de los destinos tradicionales de las exportaciones chinas. Y Xu no se preocupa de lo que le pueda suceder en dos décadas, porque bastante tiene con sobrevivir día a día. «Trabajamos nueve horas, pero cuando hay pedidos urgentes, sobre todo antes de las campañas de San Valentín y Navidad, hacemos turnos de hasta 16 horas y la actividad no cesa en ningún momento».
«El yuan nos mata»
No obstante, la crisis de los países desarrollados, sumada al aumento de los costos laborales -en torno al 10-15% anual- y a la apreciación de la divisa china -el yuan, que ha ganado casi un 30% frente al euro desde su máximo de hace cuatro años-, ha llevado gran inestabilidad a la industria del juguete. «Por la crisis, se nos pide que mantengamos los precios bajos, pero la inflación china tira de los salarios, la materia prima también es más cara y el yuan nos está matando», reconoce una empresaria que produce osos de peluche y que vende, sobre todo, a países de Oriente Medio y Latinoamérica. Para España ha fabricado unos corazones en los que se puede leer 'te amo', que se han vendido con motivo del Día de los Enamorados en los bazares chinos. «Muchas empresas están cerrando y los compradores buscan alternativas en países más baratos». Las exportaciones se resienten y China necesita desesperadamente dar un salto cualitativo en el valor añadido de sus bienes de consumo.
Para trabajadores como Xu, esta nueva situación implica dificultades económicas. Sobre todo porque la reducción en la producción supone menos horas extras. «Cada vez tardan más en pagarnos, siempre cuentan de menos las horas extra y están introduciendo multas por cualquier razón, desde ir demasiado al baño hasta hablar entre nosotros. También han aumentado el precio de la comida», comenta una compañera de Xu, que fabrica pistolas de agua en una instalación cercana. «Cada vez resulta más difícil sobrevivir y muchos han comenzado a regresar a sus pueblos». Pero volver a casa con las manos vacías es un deshonor que pocos están dispuestos a aceptar. «Es mejor trabajar por menos. Nos explotan, pero por lo menos no tenemos que escuchar a nuestros padres», ríe Xu mientras sorbe un té frío con bolas de gelatina.
A nadie sorprende que estas duras condiciones laborales se den en fábricas chinas. Pero los consumidores occidentales sí que exigen que los productos que comercializan sus empresas se desmarquen de la explotación laboral. Más todavía si quien está involucrado es el Comité Olímpico Internacional (COI). Por eso, un reportaje publicado a mediados de enero en el diario británico The Sun ha provocado un escándalo que tiene en su diana las mascotas de peluche que se venderán como recuerdo de los Juegos Olímpicos de Londres. Porque una cosa es que sean 'made in China', algo que ya a nadie llama la atención, y otra que cualquier establecimiento autorizado que las venda se lleve el 50% de las 20 libras (24 euros) que cuestan las de tamaño mediano, mientras que los trabajadores ingresan solo 18 peniques (21 céntimos de euro) por cada pieza.
Según el rotativo, en total, la fábrica china Yancheng Rainbow Arts & Crafts se embolsa 2 libras (2,4 euros) por unidad, un precio que incluye también el embalaje y el transporte. Es el mismo importe que se lleva el COI por no hacer nada. La empresa británica Golden Bear Limited, que solo recibe el material y lo distribuye, ingresa seis libras (7,1 euros) por pieza. Así se entiende que los organizadores de Londres 2012 prevean obtener unos beneficios de 95 millones de euros gracias a los 1.190 millones de euros en ventas de 'merchandising'.
Pero quienes más se beneficiarán de la explotación de los trabajadores chinos son las tiendas británicas que venden los Wenlock y Mandeville. «Siempre nos acusan a nosotros de explotar a los trabajadores, pero lo cierto es que quienes más se lucran son las empresas importadoras y los establecimientos que los comercializan. Exigen los precios más baratos y, por regla general, ellos los venden entre 50 y 500 veces más caros. Los consumidores deberían exigirles a ellos que reduzcan sus márgenes de beneficio», se lamenta el propietario de una de las fábricas visitadas por este periódico. «Es la avaricia occidental la que ha provocado la crisis en su propio territorio y la que nos está causando aquí muchos problemas», apostilla.
V ha comprobado en fábricas textiles de China y Vietnam que importantes marcas españolas y europeas multiplican hasta por 20 el costo del producto -transporte incluido- en su precio de venta al público. Y en productos tecnológicos el margen es también importante. Apple, por ejemplo, se embolsa 150 dólares por cada iPad que vende, mientras que los trabajadores chinos se quedan con 8 dólares.