Suplemento v

El país que más vota

Los suizos someten a referéndum las iniciativas más dispares, a veces con resultados sorprendentes: en el último, han rechazado alargarse las vacaciones

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hay noticias que parecen pensadas para confirmar la existencia de caracteres nacionales. En la mayor parte del mundo, no tendría mucho sentido someter a referéndum la posibilidad de alargar dos semanas las vacaciones pagadas: el resultado se intuye con solo leer el planteamiento, y lo único que puede torcerlo es que a la gente le dé mucha pereza salir a votar por algo tan obvio. Pero en Suiza sí, en Suiza lo votan, y van los tíos serios y deciden quedarse como están. El referéndum, celebrado este domingo, rechazó con un 66,5% de los votos la propuesta de pasar de las cuatro semanas actuales a seis y, de paso, confirmó esa intuición que presenta a los suizos como personas muy particulares, provistas de un sofisticado mecanismo de relojería que les permite controlar las emociones más primarias, como la de acudir bailoteando y dando palmas a depositar la papeleta del 'sí'. Ya dice el tópico, repetido pero certero, que Suiza es una isla rodeada de tierra.

La votación de este domingo no es la primera que busca relajar las condiciones laborales en el país centroeuropeo, donde una tercera parte de la población activa sufre de ansiedad y fatiga. Los suizos son los europeos que más trabajan, con un máximo legal de 45 horas semanales y una media real de 42, pero todas las iniciativas para reducir la jornada o ampliar las vacaciones han sido echadas atrás por los ciudadanos: en 1958, en 1976, en 1985, en 1988, en 2002 y este pasado domingo. La extensión del descanso a seis semanas, propuesta por el sindicato Travail.Suisse, contaba con el apoyo de las demás organizaciones laborales y los partidos de izquierda, pero, al parecer, la derecha y la patronal se han mostrado más convincentes en su petición del «voto responsable», como lo llaman. «Su campaña de sembrar el miedo ha jugado con la incertidumbre de los trabajadores», reprochan los impulsores de la campaña. «Este 'no' significa, sobre todo, un 'sí' a mantener la competitividad de las compañías suizas y la seguridad de los empleos», rebate la principal asociación de empresarios.

Pero, más allá del resultado, lo sorprendente de verdad es que exista un estado que consulta a sus ciudadanos sobre cosas así. Suiza es seguramente el país que más vota, ya que se rige por un sistema de democracia directa -para ser estrictos, semidirecta- que reconoce la soberanía a la asamblea de ciudadanos. Esto impone la obligación de preguntarles y obedecerles en ciertas cuestiones. Si se reúnen 50.000 firmas, se puede exigir que una decisión aprobada por el Parlamento sea sometida al criterio de la sociedad; con 100.000, se tiene el derecho de reclamar que se voten reformas constitucionales. La existencia de un mecanismo sencillo para tramitar las iniciativas populares multiplica los referendos, a los que se suman consultas a nivel cantonal y local. Existen, de hecho, dos cantones que mantienen modelos ancestrales de democracia directa: en Appenzell Rodas Interiores y Glaris, se continúan celebrando una vez al año asambleas generales de ciudadanos, es decir, reuniones masivas en una plaza para votar a mano alzada. Puede que se trate de la expresión más genuina de la democracia, pero también tiene sus pegas: en Appenzell, las mujeres no tuvieron derecho al voto hasta 1991, y eso después de que interviniese la corte federal para garantizar por fin la igualdad.

Los suizos se pronuncian acerca de un montón de temas. El domingo, aparte de dar carpetazo a la extensión de las vacaciones, aprobaron establecer un límite para las segundas viviendas, que ya solo podrán representar el 20% de cada municipio. Se busca con ello «salvar los paisajes y las montañas de las construcciones invasoras», una verdadera plaga en los Alpes. Pero, además, manifestaron su opinión sobre el precio fijo de los libros, las deducciones fiscales para la compra de piso y el uso público de los ingresos por loterías. A ello se sumaron diversas consultas cantonales y locales, algunas de ellas curiosas o muy significativas. En Zúrich, los votantes aprobaron crear una zona para prostitutas, con reservados provistos de aseos y botón de alarma. En Ginebra, dieron el visto bueno a una normativa más severa sobre manifestaciones; tan dura, de hecho, que el relator de la ONU sobre libertad de asamblea ya se ha pronunciado contra ella. Y los ciudadanos de Appenzell Rodas Exteriores decidieron abolir las ventajas fiscales para los ricos extranjeros, como ya habían hecho anteriormente Zúrich y Schaffhausen, confirmando así que las cosas se ponen cada vez más feas para los 5.000 millonarios de otras nacionalidades que se han afincado en Suiza.

Detrás de Suazilandia

Entre 1980 y 2010, se celebraron votaciones federales sobre 250 cuestiones. Entre las que más polvareda levantaron, destacan la pregunta sobre la supresión de las Fuerzas Armadas, rechazada en 1989, y la prohibición de construir minaretes, que salió adelante en 2009. Los suizos suelen mostrarse muy conservadores en los referendos y consultas, una tendencia que deja pocas posibilidades a la mayoría de las iniciativas populares: desde la fundación del estado federal en 1848, solo han sido aprobadas dieciocho de casi doscientas. Claro que los extremos más irritantes de obcecación tuvieron que ver, una vez más, con el sufragio femenino: el Parlamento aprobó el derecho al voto de las mujeres en 1959, pero los hombres suizos no lo admitieron hasta 1971, una tardanza que situó este próspero y civilizado país centroeuropeo a la cola de Suazilandia o Papúa Nueva Guinea.

A la democracia directa se le suele criticar esa lentitud, a menudo exasperante, aunque también se le reconocen ventajas como la necesidad de buscar consensos o la 'obligación' de los ciudadanos de mantenerse bien informados sobre los asuntos de gobierno. Pero no es esa la única singularidad política de la Confederación Helvética. Para empezar, no existe un jefe de Estado propiamente dicho, sino solo un Ejecutivo de siete consejeros, que van asumiendo la presidencia cada año de forma rotatoria. En 2012, le corresponde el cargo a Eveline Widmer-Schlumpf, la responsable de finanzas, pero eso no supone ningún poder extra, sino solo la obligación de acudir como representante de Suiza a los diversos compromisos oficiales. Las dos cámaras legislativas celebran sesiones en cuatro tandas anuales de tres semanas cada una, lo que deja tiempo a los parlamentarios para dedicarse a sus oficios: la mayoría no son profesionales de la política, aunque reciben un estipendio de unos 8.000 euros mensuales. La verdad es que, con esa remuneración, bien podrían organizarse unas vacaciones de cuarenta semanas al año.