Los Killawatts de Filadelfia persiguen a Thomas Taylor, de los LA Nightlight. A la derecha, un 'killawatt' con su pistola. :: N. CHITRAKAR/REUTERS
Sociedad

Un deporte electrizante

En el 'tak ball', los jugadores atacan a sus adversarios con pistolas paralizantes para arrebatarles un balón gigante

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Las normas del 'tak ball' o 'tazer ball' son bastante sencillas, primas hermanas de los reglamentos que rigen el fútbol, el rugby o el hockey. En esencia, el juego consiste en agarrar un balón -pero un señor balón, con 60 centímetros de diámetro- y atravesar el campo hasta introducirlo en la portería del contrario. Más que un deporte de riesgo, podría parecer una pantomima, una representación bufa en la que señores adultos se ponen a corretear con un balón que parece de Nivea, pero esto es un invento de esa generación americana que se parte la caja viendo 'Jackass', así que la supuesta gracia del asunto está en el detalle burro: los jugadores van provistos de pistolas eléctricas y pueden atacar con ellas a quien esté en posesión de la superpelota. En lugar de esas cargas reglamentarias de las que suele hablar la gente del fútbol, la cuestión aquí son las descargas reglamentarias, de entre tres y cinco miliamperios.

Los promotores de esta nueva disciplina deportiva proceden del mundo del 'paintball' profesional, que, aunque su misma existencia quizá sorprenda a los profanos, cuenta con ligas en Estados Unidos y otros lugares del planeta. Leif Kellenberger, Eric Prum y Erik Wunsch tuvieron la idea y la desarrollaron al estilo descarado del siglo XXI: lo primero de todo, tras convencer a unos cuantos jugadores de 'paintball' para aguijonearse con las pistolas, fue grabar un vídeo promocional, titularlo 'el futuro del deporte' y subirlo a YouTube, donde pronto superó el millón y medio de visionados. Tenía pinta de ser una broma, y probablemente lo era, pero la expectación que despertó ha acabado por consolidar la ocurrencia. La semana pasada, los cuatro equipos que disputan la exigua liga norteamericana de 'tak ball' han viajado hasta Bangkok para disputar un torneo de exhibición, ante el desconcierto de buena parte de la población local. Para mayo quieren organizar un evento similar en México.

Los equipos en cuestión se llaman San Diego Spartans, LA Nightlight, Toronto Terror y Philadelphia Killawatts, que son los que tienen el nombre más bonito, un cruce entre 'kilovatios' y 'vatios asesinos'. Tanto los inventores del deporte como los propios jugadores, que también proceden del mundo del 'paintball', dedican buena parte de las entrevistas a explicar qué se siente al recibir la descarga. Las pistolas, adaptadas para este uso lúdico, son mucho menos potentes que las 'taser' policiales, pero producen el mismo efecto de impedir el control voluntario de los músculos, de manera que el jugador se desploma al suelo o suelta el balón. «Hacen daño de verdad», resume Eric Prum.

«Para jugar a esto hay que ser un tío duro, pero también tener un lado estúpido», admite Thomas Taylor, capitán del equipo de Los Ángeles e inconfundible en el campo por su cresta roja, aunque también asegura que las marcas del día siguiente son mucho menos aparatosas y duraderas que las que deja el 'paintball'. Y eso que, a lo largo del partido, a algunos jugadores se les va viendo hechos un desastre, sobre todo cuando vomitan en los cubos que tienen preparados junto al banquillo.

Un dedo dislocado

Los tres 'capos' insisten en que los deportistas no desarrollan tolerancia a las descargas: vamos, que les siguen doliendo como el primer día, un detalle que debe de ser fundamental en su visión del juego. Dicen también que no reviste especial peligro, que la lesión más grave hasta ahora ha sido un dedo dislocado, pero también recalcan que nadie debería ponerse a jugar a esto con sus amigos. La pelota inmensa, que sigue resultando un poco incongruente en este entorno rebosante de adrenalina y testosterona, tiene por objeto servir de escudo defensivo ante los contrarios y sus pistolas. Tal vez todo sería más divertido sin árbitros, pero los hay, y les toca trabajar bastante: los jugadores parecen propensos a trampear, tirándose al suelo aunque no les hayan 'taseado' -es falta atacar a quien no lleva el balón- o, cómo no, 'taseándose' sin piedad cuando nadie les observa.

Los partidos de 'tak ball' son espectáculos excesivos, con megafonía atronadora y neones destellantes. ¿Acaso tiene todo esto algún futuro fuera de Estados Unidos? En este mundo loco, no conviene lanzarse alegremente a hacer pronósticos, pero lo que está claro es que en Canadá no lo han recibido con mucho entusiasmo, al menos las autoridades: el único equipo de ese país, los Toronto Terror, nunca puede jugar en casa, porque la legislación prohíbe las pistolas eléctricas. Solo las puede usar la Policía, y no precisamente para confiscar un bonito balón gigante.