CARTAS A LA DIRECTORA

El mundo y sus revueltas

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El mundo se revuelve, como si alguien desde fuera lo agitara, como si fuera una de esas bolas de cristal con algún monumento horroroso encerrado y cubierto de falsa nieve y lo estuvieran moviendo para simular una nevada, quizá sobre el Coliseo romano, o sobre la Estatua de la Libertad. Se mueve, las cosas se ponen patas arriba pero nada sucede porque esa falsa nieve deja de molestar y se posa tranquila en el fondo, y se vuelve a ver el monumento horroroso con nitidez. Así les gustaría ver a los políticos el mundo, tranquilo tras la revuelta, ya que abrazan una causa común: que todo lo que el movimiento ha agitado vuelva a su origen, que el caos no sea más que una ilusión, y la nieve, falsa. Como viene ocurriendo a lo largo de los siglos, quienes regentan el poder se aferran con uñas y dientes a él y se resisten a cualquier cambio que altere la homeostasis en la que viven. Y como viene ocurriendo a lo largo de los siglos, aquellos que viven por debajo, especialmente los que sufren la crudeza del sistema y no abrazan los privilegios de los pocos poderosos que mueven los hilos, se revuelven o intentan hacerlo, por lo menos hasta que alguien les impide que agiten esa bola a la que llamamos mundo.