Artículos

Periodistas

Somos como los cómicos sin libreto, o con el libreto de un autor al que nunca darán un premio sus propios compañeros

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En Madrid si te lo propones y te pones una corbata desayunas gratis. Podrás tomar café, churros y pastas en hoteles de lujo, y si sabes guardar la compostura darás el pego y pasarás por ser alguien si aciertas a poner cara de circunstancias cuando una azafata te pregunte quién eres. Si vienes a Madrid interésate por los desayunos que dan los políticos, agencias de prensa, asociaciones, entes locales y provinciales y agrupaciones de toda clase y condición. Madrid es ciudad que da sombra a periodistas sin que nadie les pregunte eso tan molesto de ¿y usted dónde escribe? La capital acoge a toda una tribu de grandes periodistas que no tienen dónde escribir ni dónde hablar, pero necesitan que les vean tanto como ellos necesitan ver. Ya no hace falta tener un periódico en el que firmar para sentirse periodista. Vale con que los vean aquellos que saben que lo son, que ya no molestan, aunque tomen notas mientras escuchan a alguien decir que sabe cómo salir del lío en que estamos. La crisis ha llenado de parados el INEM y de desempleados la cola de la inteligencia, que es la de los veteranos periodistas que solo pueden tomar café y churros a las nueve de la mañana en un lujoso hotel. Y a esto llamamos democracia.

Nunca como ahora la matinal conferencia de un político -qué más da si es de derechas, de izquierdas, de la periferia-, recuerda con tanta precisión el aula de una Facultad en la que los alumnos toman notas como si fueran apuntes para un examen. Luego la información sale como Internet manda: sin clasificar, sin que la entienda quien la escribe, sin que la entienda quien la lee. Y sin embargo parece eso, información gratuita, urgente y descarada. Pobres periodistas. Somos como los cómicos sin libreto, o con el libreto de un autor al que nunca darán un premio sus propios compañeros. Como los actores que se quejaban en la Transición de que la gente no iba a los teatros, nosotros los cómicos de la información lloramos nuestras penas en un hotel entre cruasanes y fruta selecta penando porque nadie compra periódicos.

Me dice el quiosquero: estoy preocupado, me interesan más los anuncios que los artículos con firma. Ya ven, una cátedra ésta en la que se despachan papel y verdades sobre un oficio que no termina de reinventarse. Pobrecillos estos escribidores de sucesos. El martes, en un cinco estrellas, escuché al ministro de Exteriores que había que luchar por consolidar -vaya con el verbito- la marca España, y que para eso crearía un Alto Comisionado. ¿Qué tal Felipe González para semejante trabajo? No, dijo Margallo. González es un activo de España y un patriota, que es lo que a mí más me importa. Entonces, uno de eso periodistas sin periódico miró su taza de café y me dijo: oye, ¿seguro que el ministro bebe lo mismo que yo? Creo que sí, respondí. Se levantó, dijo no entender y se marchó.