El experimentado bailaor participó en el ciclo 'Vivencias' en el CAF. :: JAVIER FERGÓ
Jerez

Genio y figura tras toda una vida de flamenco

Carrete de Málaga mantuvo un encuentro ayer con los aficionados cargado de anécdotas y carcajadas

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Risas de principio a fin. Ese fue el resultado de la charla que protagonizó ayer José Losada Santiago, más conocido como Carrete de Málaga, en el Centro Andaluz de Flamenco. Empezó con la circunstancia de que, a ciencia cierta, no conoce la edad que tiene ya que «mi madre me parió en una era, en Ventas de Zafarraya» sin que se haya localizado partida de nacimiento alguna, como explicó su biógrafo, Francisco Mármol. El pequeño Carretillo ejecutó uno de sus primeros bailes en una carretera, pisando trigo para sacarles el grano con el que comer.

Marcado por las necesidades de una familia gitana errante de los años 40, el pequeño pronto aprendió picardías para ganarse la vida. El público ayer se reía de la sinceridad, la espontaneidad y la frescura con que Carrete contaba su vida pero percibía que no había sido fácil, que el hambre hacía mella en el jovenzuelo y despertaba la pillería. Carrete hizo ayer un divertido pero a la vez descarnante retrato de muchas familias que intentaban sobrevivir en aquella Andalucía oscura. «En Jerez, una vez, iba descalzo y con una chaqueta 'muuuu' larga. Me acerqué a un señor y le robé la cartera. Resulta que era el comandante de la Guardia Civil», contó sin poder contener la risa.

Apenas unas horas después de haber revolucionado el Villamarta con su baile «salvaje», como él lo define, Carrete reconoció que «una de las ilusiones de mi vida era bailar en Jerez y lo he hecho». «Ahora hay un empresario que me va a mover por esta tierra», anunció.

Ilusionado con su nueva proyección, Carrete no olvida que vivió en la calle, que con un dinerillo que le dio el mismísimo Perón sustituyó su chabola por una casa de madera a la que un 'chiclón' le arrancó el techo. «Me salió un trabajo en Oslo y yo no sabía donde quedaba ese pueblo», contó. Carrete regresó de aquel viaje con un obligado corte de pelo a la taza que le afeaba el sombrero cordobés -porque iba a asistir a una fiesta real- y 20.000 duros en el bolsillo. «Con ese dinero me compré mi piso de Torremolinos, donde sigo viviendo», explicó.

Curtido en los tablaos que los turistas demandaban en la Costa del Sol en los años 60, Carrete contó también otras anécdotas relacionadas con jerezanos. Una de ellas fue con un empresario de la familia Domecq, que le ofreció mil pesetas para comprarse ropa a cambio de que se tirara del trampolín de la piscina. Lo hizo sin quitarse siquiera los zapatos y acabó necesitando ayuda para salir del agua. Al final no se llevó mil sino la friolera de 10.000 pesetas de la época.