Sociedad

Una brillante tarde de toros

Faena magistral de El Juli, insuperable entrega de un Perera valentísimo y versión feliz de un Talavante templado

OLIVENZA. Actualizado: Guardar
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Pródigo El Juli: de capa y muleta. A cámara lenta con el cuarto de Garcigrande. Toro templado en mecido compás, traído y tomado, sedosamente conducido, soltado en toreo severo por las dos manos y enroscado también en muletazos de sarta que parecieron espirales o hilos de muelle. Faena antológica: cuatro banderas de salida y en las rayas, tandas de fijar y sostener al toro que perdía al principio la mirada y se soltaba de engaño como si quisiera irse. Le cambió terrenos Julián de tanda en tanda. La idea fue brillante: perdió el toro el rumbo de su querencia y se sujetó. La ejecución, impecable. Temple de altos vuelos, ligazón, dominio de toques, enganches y distancias. El toro parecía de repente otro.

Las improvisaciones fueron notables: tres trincherillas -casi medios molinetes- cosidos una con otra y abrochadas con el de pecho; la trinchera ligada con el pase de las flores; el toreo cambiado salpicado con el toreo natural, rotundos los remates. Dejó de medirse la faena por tandas o terrenos. Tal fue el derroche.

Talavante acababa de poner la plaza boca abajo con unas arrucinas al toro tercero y, en gesto que lo retrata, El Juli atacó de repente por ese mismo palo. Y mejoró el modelo, porque hasta en los alardes vino fluido y limpio el toreo.

Fue tarde encendida. Dos primeros toros de Garcigrande muy nobles pero fríos. El Juli se pegó con el primero un arrimón entre pitones casi de novillero con hambre. Perera le hizo al suyo con la mano derecha cosas de fondo, toreo semicircular, por abajo, poderoso, elocuente. Y le hizo, de firma propia, madejas y rizos sin ceder ni un palmo. Quien más calentó en esa primera mitad de corrida fue Talavante. El tercero, con el pelo de la dehesa todavía en panza y pechos, fue el mejor de los seis. Golpes del repertorio mexicano. Y un final precioso porque en la misma gavilla se unieron ligados una arrucina, un natural, el de pecho y el de la firma. Una estocada casi letal. Dos orejas.

Fue el principio de la gran fiesta: enseguida, la faena de El Juli y, luego, una faena de valor descomunal de Perera. Perera con un toro que estuvo a punto de arrollarlo cinco o seis veces porque, incierto, pretendía no consentir tan encima el látigo del torero. Fue impresionante la sangre fría del Perera imperturbable. El descaro sereno de resistir como fuera, y hasta con ventaja, la comparación con el rugido de Talavante o el bello magisterio de El Juli.

El sexto toro, el mayor de todos, fue también el de peor condición y Talavante tuvo la feliz idea de abreviar.