LA HOJA ROJA

LA FELICIDAD, JA, JA

Todavía nos queda mucho que descubrir de nuestra Constitución, de la que hace años olvidamos la letra

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Las estadísticas son como los diarios de avisos pero más inútiles, son esos partes tan odiosos cuya única finalidad es la de cuantificar la vida mediante encuestas y la de clasificar el mundo a su modo y manera para que los resultados sean siempre favorables a quien encarga el estudio, o a quien recopila los datos con vaya usted a saber qué intenciones. Se va uno a la puerta de un ambulatorio y pregunta a diez personas qué están haciendo allí y luego ya se puede decir que un noventa por ciento de la población está enferma y que sólo uno -un acompañante, quizá- de cada diez sujetos está sano. O se coge a treinta individuos, todos morenos menos tres y de ahí se deduce que uno de cada diez individuos es rubio o que un treinta por ciento de la población se tiñe el pelo. Total, no hace falta que se lo explique, que ya sabe usted de sobra lo de los porcentajes y lo de los resultados de los sondeos, mucho más ahora que se acercan peligrosamente las elecciones. Pero en fin, algo tendrán las estadísticas cuando nos dejamos seducir y hasta anular por ellas, cuando incluso dejamos que ellas solas decidan nuestro futuro. Así, resulta que según un estudio realizado por la empresa Ipsos que, tal y como dice su propia web es una empresa «de mentes inquisitivas y gente apasionada» -inquisitivo y apasionado en la misma frase, mal asunto- que se dedica a la investigación de mercado basada en encuestas -estadísticas, vamos-, los españoles y los italianos somos los ciudadanos menos felices del mundo. El estudio recoge una encuesta en la que han participado diecinueve mil personas de veinticuatro países y demuestra -dicen- que el dinero no da la felicidad. Vaya. Eso ya nos lo han dicho, y muchas veces, y sin necesidad de preguntarle ni siquiera al vecino de abajo, aunque en el fondo ni usted ni yo nos lo creemos. Por eso, dicen los de Ipsos que entre los países más afortunados están Turquía, México, la India. países de los considerados tradicionalmente pobres, y entre los más tristes, además de nosotros, están Australia, Brasil, Japón y Rusia, curiosamente potencias económicas emergentes ante la debacle europea y americana. Lo terrible del sondeo, sin embargo, no es la sarta de obviedades sobre la crisis, la economía, el paro y toda la letanía de calamidades a la que estamos sometidos, ni siquiera el casting de humanos felices que ha realizado tan minuciosamente esta empresa, lo terrible es que sólo once de cada cien españoles reconocen ser «muy felices». Será porque nadie sabe realmente en qué consiste la felicidad, ¿es un estado de ánimo?, ¿es satisfacción?, ¿es gusto?, ¿es estar contento? Quién sabe.

Al Bano y Romina, al parecer, lo tenían claro, ¿se acuerda? «Felicita e un bicchiere di vino con un panino la felicita» -en italiano lo pongo, no piense que por La Serenissima, sino por solidaridad con los otros infelices- y también Palito Ortega con su felicidad, ja, ja,ja, ja. Pero no sólo ellos, el consejero «mequedantrescuartosdehora» Luciano Alonso lo decía el pasado miércoles ante más de doscientas personas, muchos de ellos empresarios, en el Palacio de Congresos de Cádiz, el turismo es «la industria de la felicidad y de las buenas noticias». Mire usted qué bien. Aunque algo de eso debe haber, porque todos salieron contagiados y altamente satisfechos, pues como afirmaba Luis Pizarro «el consejero ha dado en el clavo», y porque todos llegaron a la misma conclusión, a pesar de todo «hay futuro». Un futuro que, según el presidente Rajoy, empieza en Cádiz. Ya veremos, porque de momento hay que esperar hasta noviembre.

Mientras, tendremos que conformarnos con ser «la capital de España el 19 de marzo» -van de grandes frases nuestros políticos últimamente- y con el programa de actos presentado el pasado jueves -la exposición de Alicia en el país de las maravillas, y el programa de Música en Cuaresma me pueden, la verdad- que pretende ser, y ojalá que lo logre, el agitador de conciencias de una ciudad tremendamente infeliz. Pero todos nos echaremos a la calle, visitaremos las muchas exposiciones, iremos a recoger nuestra escarapela constitucional y gritaremos muchísimo ¡Viva la Pepa! Es lo que toca. Tal vez hasta seamos felices. ¿Sabría usted decir qué es la felicidad?

Pero casi nadie recordará que la felicidad era el principal objeto del Gobierno de la Nación en esa Constitución de 1812 que tanto cacareamos y tan poco hemos leído. El artículo 13 así lo decía: «El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen». Vuelva a leerlo, memorícelo si es necesario, repítalo todos los días hasta el 19 de marzo y tal vez entenderá por qué somos los españoles los más infelices del planeta. Todavía nos queda mucho que descubrir de nuestra Constitución, de la que hace años olvidamos la letra y de la que sólo nos queda la música, o el ruido.