Un estudiante con la lección bien aprendida
Al imputado, tranquilo y convincente, nadie logró sacarle de su guion en los dos días de largos interrogatorios
PALMA. Actualizado: GuardarDe él, cuando se casó con la infanta, se dijo que era el yerno que toda madre querría tener. Ahora, tras la imputación en el 'caso Nóos', no parece que muchas abuelas lo quieran como padre de sus nietos, pero desde luego, según reconocen todos los letrados presentes en Palma, «sí que es el cliente que todo abogado querría tener».
Iñaki Urdangarin ha estudiado, y mucho, el sumario y las pruebas que en la 'pieza 25' hay contra él. Siempre obediente a la más mínima indicación de su letrado, dicen que durante los dos días de intenso interrogatorio ha sabido esquivar las preguntas más incómodas o, cuando menos, dar explicaciones -creíbles o no, queda al arbitrio del juez y los fiscales- a las cuestiones más espinosas.
Siempre muy tranquilo. Extremadamente educado y cortés con todos los abogados, incluso con los que son acusación popular. Jamás ha levantando la voz. Ni atisbo de enfado con las preguntas más impertinentes del instructor o de Anticorrupción. A pocas o muy pocas cuestiones planteadas por el juez ha respondido con monosílabos, aunque desde luego ha habido evasivas.
Buen olfato
También hábil, hasta el punto de detectar de inmediato las preguntas con trampa y las celadas que, sobre todo el juez José Castro, le ha ido tendiendo en sus más de quince horas de interrogatorio para intentar apartarle mínimamente de su estudiadísima línea de defensa, la de que él únicamente era la imagen de Nóos y el de las ideas deportivas y de mecenazgo, pero que nunca tuvo nada que ver con las cuentas.
Aseguran los que le han visto sentado frente al juez que ni siquiera en esas emboscadas ha perdido la calma ni el tono uniforme, casi adormecedor, que ha utilizado a lo largo de su muy dilatada declaración.
Afirman los abogados que Urdangarin ha puesto todo de su parte para parecer convincente, incluso didáctico, si bien su insistencia en echar de forma constante balones fuera y cargar las responsabilidades en terceros una y otra vez le han restado bastante credibilidad.
Y en la calle, cada vez más sosegado. Los ocho paseíllos en los dos días le han dado ciertas tablas. También habrá ayudado que en las últimas horas desaparecieran los abucheos e insultos. Aunque su cara demacrada y su delgadez no han cambiado en 48 horas, sí que se le ha visto en sus últimas apariciones menos tenso. Incluso en un par de ocasiones trató de esbozar una sonrisa cortés a los periodistas.