EL DUQUE DE PALMA QUIERE SER NORMAL
Con la presunción de inocencia intacta, los representantes del Estado jamás pueden saltar a la empresa, incluso sin la menor mancha de por medio, porque ya cobran una retribución por su trabajo: ser y estar
Actualizado: GuardarAlguien me dijo una vez que cuando las personas se sienten fuertes, dicen que «son únicas, diferentes o distintas». Cuando se consideran en inferioridad, débiles, gritan para reclamar que «son iguales que los demás». Vale para regiones, países, niños, jóvenes o adultos sin distinción de sexo. Es el empeño de los soberbios, la distinción, y el anhelo de los marginados, la integración.
Me recordó esa idea la infanta Cristina de Borbón. La vi desencajada en televisión. Le decía a uno de esos reporteros groseros que ella y su marido sólo querían vivir «como una familia normal». Es decir, querían ser como los demás. En ese momento recordé la frase (lástima que no al autor) y entendí que nunca había visto en mayor situación de vulnerabilidad a un miembro de la Casa Real de España.
Resulta difícil sentir compasión por una privilegiada o sus familiares, que tienen una situación social y económica absolutamente favorable por el único mérito del nacimiento. Pero tal desorientación resultaba conmovedora, viniera de quién viniera. En realidad, era un grito de auxilio, desesperado, podría traducirse por algo parecido a «por favor, basta». Y aunque los ruegos siempre impresionan, el fondo de su petición era completamente erróneo.
Obviamente, ni nunca fueron iguales, ni lo son ni lo serán. Están obligados a un ejemplo y a unas renuncias que compensen las brutales ventajas que les ponen en la cuna. Para renunciar a lo primero, tendrían que olvidarse de lo último.
De hecho, en un intento de alejar el juicio paralelo y para no violar la sagrada presunción de inocencia, el mayor error de Iñaki Urdangarin, el que ya está demostrado si necesidad de juicio es el de violar esa diferencia, esa distancia y esa ejemplaridad contraída una vez, siquiera por vía marital, pero ya inevitable el resto de su vida. He leído, como tanta gente, una parte de lo publicado sobre las presuntas actividades de Noos. Me he cabreado, hasta recordar que no está demostrado ni juzgado, al leer que pudo cobrar cientos de miles de euros por informes de diez folios, copiados de Google o Wikipedia, claro, o que se le acusa de haber contratado en falso a empleados que ni trabajaban, o de haber programado con supuestos beneficios millonarios eventos que ni se celebraron. Me ha hervido la sangre, roja, como a cualquier plebeyo pero luego, quizás porque le conviene a la salud, me he aferrado a que no está demostrado, a que no podemos condenar antes que el juez, ni al más miserable por serlo, ni al más pudiente por ajustar cuentas. Toca esperar, no está demostrado, y punto redondo (que no «a callar», como dice la tía del acusado Duque de Palma).
Pero a falta de saber si es culpable o inocente, para mí, como ciudadano, es responsable de esa falta intolerable. Esa ha quedado demostrada. Quería ser como uno más. Por ambición, avaricia, por simple vanidad u orgullo, por competición profesional o personal, quería tener una actividad empresarial, aún legal e impoluta.
Una persona que recibe una asignación millonaria (no sé si excesiva, si mayor o menor de la que recibiría un alto dirigente de una república, que habría sido elegido, al menos) por ejercer la más alta representación del Estado está obligado, por ética, por narices y por sentido común, a conformarse con esa paga. Esa es su misión, ese su sueldo y esas sus asignaciones (casa, transporte, seguridad, vestuario...). No sé si recibe demasiado pero doy por seguro que es suficiente.
Ir más allá, cruzar la frontera hacia la empresa privada, con o sin ánimo de lucro, es violar esa ineludible diferencia. Usted cobra por ser y estar, no quiera más. Presentarse en un consejo de administración, mediar en cualquier gestión, incluso dar la mano a quién no se debe, es ya un involuntario ejercicio de influencia para un miembro de la Casa Real. La misma crítica que merece Urdangarin, al margen de cualquier sentencia, debería recaer sobre sus parientes que están en entidades financieras o no sé qué reuniones de qué instituciones. Todo lo que no sea benéfico, solidario, cultural, transparente y sin trincar, limpio de polvo y paja, debe estarles vedado, sin excepciones, aunque no medie la menor sombra de corruptela, beneficio, comisión o trampa. Su simple presencia, ya puede ser aprovechada por cualquier fullero, que abundan. Para ser «normal», para tener derecho a tener esas actividades, Iñaki Urdangarin no sólo tendría que divorciarse (ya nunca perdería su condición de ex), tendría que volver a nacer, tirar por el camino de los particulares y, entonces, hacer lo que quisiera sin violar la Ley.
No es alguien normal, como no lo era el presidente de Alemania, que ha dimitido por aceptar unas vacaciones en mansiones de empresarios o mentir. Esas son cosas que nos están permitidas a los «normales», no a un representante, más o menos directo, de un estado, ya sea monarquía o república.