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Se acabó la cuarentena

El malestar de los valencianos con la pésima gestión de sus dirigentes se convirtió en enfado para llegar después a la indignación

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Se extrañaba Tony Blair de los cambios que experimenta el ánimo del público, en otras palabras, los vaivenes de la opinión pública. «Pueden llevarte en volandas sin esfuerzo o rechazarte sin compasión, como si ese sentimiento, bueno o malo, fuera a durar eternamente», comenta en sus Memorias, donde relata su trayectoria política personal que experimentó precisamente esa trayectoria: de la gloria a las más altas cotas de miseria en la consideración de la opinión pública. Cuando esto escribía sabía de lo que hablaba porque nunca pudo pensar que llegaría a ser detestado por los mismos que aquellos días en que, recién llegado a Downing Street, le hicieron sentirse al frente de «un Gobierno en estado de gracia». Pero 'la dona é mobile' y vira con facilidad cual veleta sensible a los vientos. Ningún responsable político debería olvidarlo y comportarse como si los buenos tiempos fueran a durar eternamente. Debe estar alerta y saber que la historia nos demuestra que, aunque tarde un tiempo en hacerlo, la ciudadanía imparte justicia, castigo y premio a cada buena o mala acción que detecta.

Por si acaso se agotaba el plazo y llegaba el cobrador con la factura, Mariano Rajoy tomó la determinación de mantener a salvo su Gobierno y estableció lo que el PP valenciano llamó el 'cordón sanitario' para impedir que cualquier coletazo de los desmanes y corruptelas de la Comunidad Valenciana salpicaran al flamante y nuevo equipo. Pero el malestar de los valencianos con la pésima gestión de sus dirigentes se convirtió en enfado para llegar después a la indignación cuando sufrieron en carne propia la ausencia de fondos en las arcas públicas. 'Su' dinero había desaparecido en gastos para obras faraónicas, complacencias ególatras, desvaríos de velocidad supersónica, deudas a multimillonarios, fanatismo beatífico y otras baratijas. Sin embargo, en los colegios no había ni papel higiénico, en los centros asistenciales faltaba personal, en muchos edificios públicos no había calefacción y los trabajadores de servicios públicos vivían sin cobrar sus sueldos. Las fallas del malestar, el enfado y la indignación se tiñeron de la furia propicia al fuego. Bastó una cerilla y los estudiantes (siempre los jóvenes, los primeros) se echaron a la calle. Los bomberos que debían haber sofocado los primeros brotes echaron gasolina a las llamas y la alarma ha llegado a los despachos de la Castellana y al palacio de la Carrera de San Jerónimo. El incendio arde ahora a sus anchas en un secarral yermo que amenaza de contagio a todo el territorio y más allá. Parece haberse interrumpido la cuarentena antes de tiempo y la 'enfermedad' amaga con convertirse en epidemia. ¿Quién dijo que la corrupción no pasaba factura al PP? Ya lo dijo Blair: «Cuando el estado de ánimo es hostil es como navegar con incesante viento de proa».