La mujer, objeto del arte
Ellas fueron el reflejo fiel de los cambios estéticos y sociales
MADRID. Actualizado: Guardar«Las mujeres estaban presentes en imágenes antes de ser descritas, antes de que se narrara sobre ellas y antes de que ellas mismas tomaran la palabra». Estas palabras del historiador francés Georges Duby alzan el telón que descubre a las grandes protagonistas de gran parte de las obras de arte.
Ellas, amantes y amadas, fueron las musas inspiradoras de grandes genios, a la par que adalides de la belleza y sus cambios estéticos según el curso del tiempo. De la belleza espiritual, con formas poco marcadas y una pureza destilada y sin adornos, se pasó a unos pechos generosos que auguraban unos cuerpos en los que las redondeces marcaban la sexualidad hasta entonces oculta. Las mujeres enjoyadas, con miriñaques y cuidados recogidos, dieron paso a las jóvenes y deportistas que comulgaban más con la delgadez ya impuesta con el siglo XX y la nueva movilidad femenina, como bien muestra el libro 'Mujeres admiradas, mujeres bellas', de Karin Sagner, editado por Maeva.
Aun así, el siglo pasado y este hacen que la mujer oscile entre los ideales andróginos de los años 20 y la exuberancia a lo Marilyn Monroe, icono que parece no pasar nunca de moda.
Por los pelos
En el cabello se refleja, en cierto modo, la liberación de la mujer y la conquista de su espacio. Hasta ahora, pocas épocas han permitido a la mujer mostrar el cabello suelto y 'despeinado' por su vinculación erótica -la imaginación puede llevar de esa imagen a la de ella en una cama-. Un mandato claramente masculino y aceptado por las féminas.
De ahí que retratos como el de la emperatriz Isabel de Austria, de Franz Xaver Winterhalter, fueran concebidos únicamente para deleite del esposo. En este caso, Francisco José I encerró el cuadro en sus aposentos privados. Un cabello como el de su Sissi, fruto de cepillados de tres horas diarias, eran un tesoro que debía permanecer guardado.
Más motivos para esconder su pelo tenían las pelirrojas, a las que en la Edad Media tildaban de viciosas, e incluso de brujas, que fueron mostradas por los prerrafaelitas como mujeres peligrosas para los hombres y que en el siglo XIX eran ya auténticas 'femmes fatales'.
Así en 'Lady Lilith', cuadro que recuerda a la primera mujer de Adán según la tradición judía, Dante Gabriel Rossetti utilizó la imagen de su amante y modelo Fanny Cornforth, una bella mujer de pelo largo, ondulado y cobrizo que era tan rebelde y ambicionaba tanto la libertad como la Lilith expulsada del Paraíso.
Pero esa deseada independencia se fue conquistando y, en los felices años 20, se hacía alarde de ella mostrando a las mujeres modernas fumando, con el pelo a lo 'garçon' y los labios bien marcados por un rojo intenso. Ellas ya ejercían actividades profesionales que las permitían llevar una existencia autónoma, si bien seguía habiendo mujeres marginadas por ser prostitutas, bebedoras.
Fruto de todo ello nacieron obras como 'Muñecas aburridas', de Jeanne Mammen, una pintora que deseaba mostrar la ambivalencia de la vida de la mujer moderna y el amor sáfico.
El deseo sexual
A través de los ojos de ellos, las mujeres mostraban aquello que los hombres más deseaban. Uno de los 'objetos' preferidos, sobre todo durante la corte de Luis XV, fueron las nalgas, que se cuidaban con polvos, perfumes y aceites. Es justamente esa parte del cuerpo, amén de la postura boca abajo y con las piernas abiertas, la que protagoniza el retrato de la concubina Louise O'Murphy realizado por François Boucher.
Sin remontarse tan atrás, y en plena independencia femenina, hubo espaldas desnudas que causaron estragos. Una de ellas fue la de Kiki de Montparnasse, musa convertida en un deseado instrumento que aún hoy muchos desearían tocar, 'El violín de Ingres'. Modelo de Man Ray, Calder, Chagall o Modigliani, Alice Prin, que era como se llamaba, fue una mujer provocativa, alegre, seductora y sensual que vivió su libertad siendo pintora, cantante, escritora y solo famosa por ser musa y amiga de casi todos los grandes artistas del momento. «Kiki reinó en esta era de Montparnasse con mucha más fuerza de la que nunca fue capaz la reina Victoria a lo largo de toda su existencia», escribió Hemingway.
De un modo u otro, a lo largo del tiempo las mujeres fueron tomando las riendas y recuperando posiciones. Fue así como pintoras de la talla de Berthe Morisot o Zinaida Serebriakova nos dejaron obras sobre rituales matutinos de belleza femeninos en los que no había erotismo ni alusiones mitológicas. Únicamente, mujeres que peinaban sus cabellos y daban rubor a sus mejillas.