La rebelión de los hombres azules
Actualizado: GuardarYa no esconden la nariz y la boca bajo el 'tidjelmousts', el característico velo, ni se cubren con los turbantes de intenso color añil que les han proporcionado su sugerente apodo. Los hombres azules se han sacudido el halo romántico y buscan un futuro político. Hace un mes que los tuareg del norte y oeste de Malí desencadenaron su última gran ofensiva contra el poder central. Los combates han causado la huida de más de 40.000 nativos hacia la vecina Mauritania y existen noticias sin confirmar de enfrentamientos en las principales ciudades de la región.
Los portavoces gubernamentales hablan de ejecuciones sumarias de funcionarios y civiles afectos al régimen, mientras que los de la guerrilla denuncian ataques indiscriminados efectuados desde aviones y helicópteros artillados en la región de Kidal. «Esta es la peor crisis humanitaria en el norte de Malí desde hace 20 años», ha advertido Gaëtan Mootoo, investigador de Amnistía Internacional en África Occidental. «El Estado de Derecho ha estado ausente en esta parte del país desde hace años y la región puede sumirse en el caos si continúan los enfrentamientos».
Como los kurdos, este pueblo está establecido en una amplia extensión distribuida en varias repúblicas. Los antiguos nómadas, pastores y comerciantes, han echado raíces y su historia reciente está marcada por la pugna con gobiernos que no han respetado su identidad cultural ni sus prerrogativas sobre un suelo escasamente productivo, pero que guarda importantes recursos minerales.
La lucha de esta comunidad de origen bereber contra la mayoría negra de sus respectivos países se remonta a la independencia de unas repúblicas diseñadas con regla y cartabón. Reclaman la autodeterminación de su tierra, denominada Azawad y que cubre la extensa cuenca de un río tributario del Níger desaparecido ante el avance del desierto. Las insurrecciones y consiguientes represiones del Ejército se han sucedido desde los años sesenta, en un proceso paralelo a su cambio de costumbres, también agudizado por la incidencia devastadora de graves sequías.
La ruptura del acuerdo de paz firmado en 2009 parece estar ligada a la súbita proliferación de armas en la zona. La sombra de los dictadores se proyecta incluso después de su fallecimiento. De hecho, la revuelta maliense se vincula con la repatriación de los mercenarios tuareg o tamasheq que componían la milicia de Gadafi y que ahora apoyan al Movimiento de Liberación Nacional de Azawad.
Control de los recursos
Curiosamente, la reanudación del conflicto también coincide con el anuncio de la empresa petrolífera Sonatrach de iniciar sus primeras perforaciones en la zona en guerra. Aunque la concesión se remonta a 2007, la inseguridad ha impedido las operaciones de la firma argelina. La medida espolea la guerra por el control de los recursos en uno de los países más pobres del mundo, muy afectado por la deforestación y el cambio climático. Malí, tercer exportador de oro de África, no se beneficia de esta fuente de riqueza por la imposición de bajísimas tasas fiscales, la corrupción y la falta de acceso de las administraciones regionales a estos ingresos. Sin duda, la perspectiva de un nuevo saqueo alienta el esfuerzo bélico.
A la injusticia que esgrimen los rebeldes tuareg, el Gobierno replica acusándoles de colaboración táctica con Al-Qaida del Magreb Islámico. Este argumento, tan sensible para Washington, es utilizado para obtener aliados y ayuda material con la que aplastar la rebelión. Algunos testimonios abonan esta tesis: la prueba de vida de los cooperantes españoles secuestrados en los campamentos saharauis los sitúa en una zona montañosa entre Malí y Níger. Entre los últimos secuestros en la zona también se encuentra el de dos franceses desaparecidos en noviembre pasado y que fueron inicialmente identificados como geólogos, pero que, según todos los indicios, pretendían crear una milicia local contra los islamistas.
Las reivindicaciones tuareg se ven empañadas por informaciones que los vinculan con la delincuencia transnacional y con bandas que aprovechan el desierto para el contrabando de drogas y armas y el tráfico de inmigrantes. Pero los hombres azules, los hombres del velo o la gente libre, como se hacen llamar, niegan estos cargos y demandan el derecho a decidir su destino sobre un desierto inmenso que se expande ajeno al drama de quienes lo habitan.