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Majestad, no son tontos

Los españoles para estas cosas trabajamos gratis, sobre todo para el francés

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Si unos muñecos de látex, por lo general movidos e imaginados por tipos inteligentes, han conseguido que el mismísimo jefe del Estado de España les conteste, habrá que convenir que han de ser cualquier cosa pero no tontos. A los tontos no se les hace caso, se les ignora, pero nunca se les contesta. La única esperanza que le queda al tonto es que alguien entre al trapo. En realidad es la única opción que le queda de parecer menos estúpido de lo que ya es. Pero no, Señor, no lo son. Parece mentira que alguien con tantas tablas como usted no lo haya visto: son la esencia de la inteligencia y el humor, o sea, la provocación vestida de tabaco y oro. Los tontos, Majestad, molestan hasta el aburrimiento, pero no provocan. La provocación es producto de la oportunidad, la astucia y la inteligencia. La provocación sumada al humor puede y debe ser atrevida y mordaz, irreverente y faltona, pero nunca es hija de la estulticia. Por lo general busca su hueco y lo termina encontrando en gentes que como usted, Señor, entran ingenua y patrióticamente en su repertorio. Ni siquiera cumplimos con el horrible refrán de que el mejor desprecio es no hacer aprecio.

Como tantos otros, detesto cualquier forma de nacionalismo. Tiendo a dudar de las emociones que nacen entre banderas, música militar y parejas que danzan al ritmo que marca una flauta o una guitarra. Los muñecos no me hieren como admirador -digo como admirador, no como español-, de nuestro tenis, baloncesto, fútbol, balonmano, ciclismo y otras actividades en las que destacamos. Somos una potencia deportiva. ¿Y quién dice lo contrario? Unos muñecos. Sí, Señor, unos muñecos a los que usted responde como si no fueran de goma.

De modo que me he quedado igual con la cosa de los guiñoles. Ay, si los franceses hicieran acopio de las veces que nos reímos de ellos. En realidad, desde el momento en que respondemos a la provocación con un «son unos envidiosos porque nunca ganan nada» estamos situados en el mismo nivel. Y no, Señor, no son envidiosos. Viven la vida al ritmo de sus televisiones. Como nosotros, pero aquí con menos gracia. Alguien debería poner negro sobre blanco la cantidad de torpezas e insultos que se han escrito y dicho en tertulias de radio y televisión. Qué forma de que nos duela España, Dios mío. ¿Será verdad que Franco está dentro de un frigorífico vivo y tan fresco como lo van a exhibir en ARCO?

Pero claro, cuando hablan las entrañas y no la cabeza, nos pillan. Los guiñoles son tontos, dice el Rey, pero uno de sus ministros, el de Cultura, suelta en un desayuno coloquio que «en España tenemos un problema con el dopaje». Igual se le atragantó un cruasán. A esta hora me imagino a los guiñoles muertos de risa. Y sin necesidad de guion. Nosotros, los españoles, para estas cosas trabajamos gratis. Sobre todo para el francés.