De saldo
Actualizado: GuardarSi Charles Dickens, que la semana pasada cumplió doscientos años, levantara la cabeza, lo mismo se horrorizaba al ver que vamos, en este siglo XXI al que parece que se le ha caído una X, camino de ese mundo inhóspito que él tanto denunció en sus magistrales novelas. Un mundo donde la grieta social es cada vez más grande entre el sur y el norte que somos los pobres a un lado y los ricos a otros, donde la justicia asoma el ojo por debajo de una venda que además es transparente y donde el orondo banquero ni pestañea cuando usurea la moneda ahorrada por la pequeña Dorrit. Doscientos años de conquistas sociales, tan duramente conseguidas (o concedidas) se van a pique porque nos habíamos creído de verdad la verborrea canalla de quienes no han visto en nosotros más que números camino de un balance.
Así nos va y la que nos espera. A usted y a mí, ya sabe, que acabaremos saliendo del curro con la cajita de cartón y la flor mustia y los lápices sin punta, como en las películas americanas, desprotegidos, sin médico que nos atienda ni casa que no tenga ruedas clavadas al suelo. A nuestros hijos y nuestros nietos que van camino de vivir un mundo post-apocalíptico donde no es que se haya acabado el petróleo, sino los derechos. Nos han puesto de saldo.
La misión del médico es curar a su paciente. La de los gobiernos, velar por el bienestar de los suyos. De todos los suyos, no de unos pocos. No de las cuentas corrientes de unos amigos, no hacer de Petain con respecto a los nuevos Führers del mundo. Pero eso ya lo sabíamos todos cuando votamos, ¿verdad? ¿O acaso no lo sabíamos?
Patria, dijo la madre de Serrat según cuenta orgulloso el Nano, es allí donde comen mis hijos. Me pregunto dónde comerán los nuestros, dónde comeremos nosotros, esquilmados y sin defensa posible, cuando hasta los sindicatos organizan sus protestan un domingo (y además, en Cádiz, un domingo de Carnaval). Los de arriba, claro, como si oyen llover: han sustituido el pragmatismo que sustituyó a la ideología por el descaro.
Y nadie quiere reconocer que los recortes llevan a más miseria. La única salida a estas crisis periódicas del sistema la aplicó un señor en silla de ruedas a quien nadie quiere recordar. Roosevelt queda ya muy lejos.