¡BARATO, BARATO!
Actualizado: GuardarComo en el pregón de los descendientes que a mi tierra vinieron, aquellos amantes del sol que «todo lo ganaron y todo lo perdieron», las dos palabras que hay que aprender son por desgracia la misma: «Barato y más barato» todavía. Hemos metido en una coctelera al mercado laboral sin añadirle unas gotitas del licor del Fuero de los Trabajadores, esa angostura de la época, para perfumar el intragable producto. Pues bien, esto es lo que hay. A la realidad se le pueden poner pegas, pero hay que aceptarla. «Tengo lo que tengo y con ello me mantengo», dice nuestro terrible refranero. Los griegos, que ahora están incluso peor que nosotros, recomendaban no mirar lo que fueron, sino lo que estaban siendo. Llamamos realidad a lo que ocurre verdaderamente, pero ahora no sabemos si es verdad. Julián Marías, ese ejemplo inmarchitable de español verídico, se esforzó en explicarnos que la realidad es lo más respetable del mundo, aunque no siempre merezca respeto. Los acontecimientos se imponen y no necesitan nuestro veredicto. ¿Qué podemos hacer si los contratos de indemnización de 45 días desaparecen y la prórroga de convenios se limita a dos años? Habrá que aguantarse mientras no se descubra dónde está el límite de nuestra resistencia.
La llamada revolución laboral nos trae locos, pero lo cierto es que ya estábamos en un frenopático anteriormente. El nuevo decálogo laboral le pone los pelos de punta incluso al señor De Guindos, que tiene menos que una bombilla, pero al que se le ocurren remedios peores que la enfermedad.
Hay que admitir que es muy dificultoso revolucionar el mercado de trabajo cuando escasean los trabajadores. Los subvencionados sindicalistas harán algaradas, pero no transformaciones. Les interesa que no se rompa demasiada porcelana y hay que tener previsto algún cacharro de honrada loza para seguir comiendo, pase lo que pase, hasta que pasen los malos tiempos, que sin duda pasarán, aunque no sepamos cuándo. Ni cómo.