Sociedad

La reina camaleón

Isabel II jamás da su opinión, pero tiene una gran habilidad para adaptarse, cambiar de táctica e influir en sus ministros. Mañana cumple 60 años en el trono

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El ministro laborista Tony Benn echó un pulso a la reina británica en los años sesenta. Con el Royal Mail (Correos) bajo su control, el republicano y renegado aristócrata lanzó una sutil ofensiva para eliminar la imagen de Isabel II de la colección oficial de sellos postales. Acudió un día a palacio con unos bocetos conmemorativos de la Segunda Guerra Mundial en los que la real cabeza brillaba por su ausencia. Tras cuarenta minutos de audiencia, creyó haber ganado la primera batalla en su objetivo por borrar la iconografía y otros símbolos de la monarquía de la vida civil de Reino Unido. Benn calculó mal. La respuesta de esta mujer conservadora, divertida, rígida y tímida consistió, precisamente, en la edición de una nueva serie de sellos con su busto. Arnold Machin, el artista encargado del diseño, reprodujo a su majestad de perfil, con corona y collar de perlas, sobre un fondo unicolor. El sello se puso en circulación en 1967 y jamás se ha actualizado.

Como en sus sellos, la continuidad y estabilidad han acompañado a Isabel durante sus sesenta años de reinado, que celebrará mañana con una hoja de servicios intachable y el respeto de sus súbditos. Tenía 25 cuando, de vacaciones en Kenia, su marido, Felipe de Edimburgo, le comunicó ese 6 de febrero de 1952 la muerte de su padre. Lucy Worsley, conservadora de los palacios históricos de Reino Unido, destaca la fotografía oficial de su coronación, tomada por Cecil Beaton, como el icono que mejor la define. «Asoma en el retrato como una princesa de cuento de hadas, guapa, joven, glamurosa. Representa una nueva era, un futuro prometedor. Y las promesas se han cumplido: sesenta años después, goza del mismo nivel de afecto y respeto».

«Flexibilidad», añade la experta palaciega, «es la clave de la supervivencia de la monarquía. Ha sabido reinventarse ante cada crisis sin perder el halo de continuidad. La reina tiene una habilidad especial para cambiar de táctica según las circunstancias del momento». No hay que bucear hondo para descubrir la capacidad para adaptarse de la primera familia británica. El abuelo de la reina, Jorge V, fundó la dinastía Windsor cuando su apellido alemán corría el peligro de verse envuelto en la fiebre anti-germana desatada por la Primera Guerra Mundial. E Isabel rompió con sus costumbres veraniegas en 1997, cuando regresó de Escocia a Londres abrumada por la avalancha de protestas que suscitó su reclusión en el castillo de Balmoral tras la muerte de la princesa Diana. «Los Windsor saben adaptarse e inventar tradiciones», apunta Robert Jobson, asesor en temas monárquicos.

La influencia del jefe del Estado en la política británica resulta más difícil de valorar. En un país sin una constitución escrita, pero con normas que se siguen a rajatabla, el portador de la corona tiene derecho a «ser consultado, advertir y aconsejar» al Ejecutivo. La monarca ha recibido en audiencia semanal a doce primeros ministros -de Churchill a Cameron- y ha departido con cientos de ministros. Algunos de ellos le han plantado cara, como el conservador Edward Heath. Se interpuso en el deseo de la reina por presidir la Cumbre de la Commonwealth en 1970. La rebelión de colonos en Rodesia (actual Zimbabue) había abierto una crisis en esta hermandad de países de la órbita del Imperio británico y el primer ministro juzgó peligroso la presencia real. «Heath tuvo que decirle formalmente que no fuera y ella, a regañadientes, lo aceptó», escribe el periodista Andrew Marr en su biografía 'La Reina de Diamantes'.

Preguntona

El contenido de sus audiencias solo ha trascendido una vez, con el indiscreto Tony Blair, al que le dijo algo así: «Es mi undécimo ministro. El primero fue Winston. Eso fue antes de que usted naciera». Blair la definió como una mujer «directa». Dicen que también es distante, práctica, sensible, observadora y tacaña.

Andrew Marr aporta una pista sobre la táctica de la corte isabelina para salvaguardar sus intereses. «La reina no aventura su opinión directamente, pero con cuidadosas y persistentes preguntas puede llevar al primer ministro a reflexionar de nuevo sobre los asuntos de la semana», sugiere. «No desvela ninguna señal de tener un punto de vista y, es más, niega tenerlo. Evita dejarse acorralar o aparecer públicamente responsable de cualquier decisión».

Acaba de pasar con la polémica de las Malvinas. Esta misma semana, la presencia en las islas de un príncipe Guillermo uniformado de arriba abajo, «en un despliegue militar rutinario», ha recrudecido la tensión entre Reino Unido y Argentina. Pero su abuela mantiene silencio. Como señala Marr, «las ruedas muy engrasadas y rara vez perceptibles del Estado se mueven en representación suya. La reina actúa entre bastidores para proteger su posición».

Su sistema de defensa ha sucumbido, sin embargo, frente a los medios de comunicación, a los que también ha sabido manejar. Isabel invitó a las cámaras de televisión a la abadía de Westminster el día de su coronación, el 2 de junio de 1953. La retransmisión fue seguida por 19 millones de personas en Reino Unido. El experimento fue un éxito tan rotundo como la boda de Guillermo y Catalina.

Pero la apertura mediática también le ha creado problemas a esta millonaria en dinero, acciones, propiedades, joyas y obras de arte como 'tizianos' y 'caravaggios'. En los sesenta, el duque de Edimburgo supervisó un documental enfocado a retratar los quehaceres cotidianos de un clan de sangre azul. Emitido en 1969, 'La Familia Real' difundió imágenes de la reina al volante, del matrimonio y sus hijos preparando una barbacoa y otras escenas caseras que sus súbditos ni se atrevían a imaginar.

Fue un triunfo crítico y popular, con 38 millones de personas pegadas al televisor. Pero la casa real perdió el sentimiento de magia hacia lo desconocido y dio pie a una mayor intrusión en su privacidad. «Fue un ejercicio peligroso porque abrió el apetito por ver qué se oculta detrás de la verja de palacio. También fue inevitable. ¿Cómo iban a impedirlo sin que parecieran dinosaurios? Todos sabemos qué sucedió con los dinosaurios», razona Worsley.

La hermana de la reina, la princesa Margarita, cayó en el objetivo de la prensa con una intensidad que creció después con Diana de Gales y que amenaza con desbordarse de nuevo con los duques de Cambridge. En 1976, el tabloide 'News of The World' desveló una relación extramarital de la princesa Margarita, abriendo una veta comercial que sus rivales siguen explotando. «El nivel de intrusión afloró con los escándalos de Margarita y volvió a encenderse con los príncipes de Gales. Sus entrevistas en televisión, con sus mutuas confesiones de adulterio, provocaron una explosión en el nivel de intromisión. Fue necesario contener los excesos y la prensa retrocedió de forma que ahora se mantiene un equilibrio más aceptable», defiende Jobson.

En lo que coinciden todos los expertos consultados es que esta mujer, de la que poco se sabe de sus gustos -más allá de que disfruta de los caballos, de sus pequeños perros corgis y de la vida de campo-, es que jamás concederá una entrevista.