LA HOJA ROJA

LOS SINNORTE

De momento, en el sistema educativo español la grieta es cada vez más grande y los desconchones no se pueden disimular

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Aunque cueste creerlo hay remedios para todo, menos para la muerte. El problema es que hace mucho que nos dimos por vencidos ante tanto despropósito que nos rodea, y tomamos la decisión de mirar para otro lado, perdiendo para siempre el Norte. Y a pesar de todo, para eso también hay remedio. «La orientación -dice un manual básico para Scouts- consiste simplemente en saber en cada momento dónde estás, hacia dónde te diriges y por dónde vas a ir». Simplemente. El problema es que hace mucho que dejamos de mirar la hoja de ruta y así andamos, desnortados, desorientados. Para orientarse sin brújula, sigue el manual, basta con confiar en la intuición, en el sentido común -habrá algún remedio para recuperarlo, digo yo- y en algunos indicios que nos puedan devolver el norte de las cosas. Ejemplos no faltan, las ramas de los árboles crecen más hacia el Sur, las iglesias suelen tener el altar orientado al Este, y al mediodía la sombra se proyecta hacia el Norte. Lo importante, insisto, es recordar aquello de dónde estás, hacia dónde te diriges y por dónde vas a ir. Lo importante, sí, y lo más difícil.

Esta semana, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, ha hecho ímprobos esfuerzos por afianzar y revalidar el título de «desnortado del año» que ostentaban sus antecesores en el cargo - «cada ministro que pasa por el Congreso anuncia un retroceso, un paso atrás», lo dice Rubalcaba, no yo. Lo ha conseguido Wert, ya es el más desnortado, sin duda. Porque en el país de los ciegos el tuerto será el rey, vale, pero eso no le exime de su incapacidad visual. Dice el ministro que entre las nuevas medidas que se adoptarán en la reforma educativa estarán la ampliación del Bachillerato a tres años, reduciendo en un curso la actual ESO, la implantación total del bilingüismo cambiando lo de «estudiar inglés por estudiar en inglés» -tipo María del Mar Moreno está ya Wert- y la sustitución de la asignatura de Educación para la Ciudadanía por la de Educación Cívica y Constitucional. Es decir, lo de siempre, mover los muebles de sitio para que parezca que se ha limpiado y dejar el polvo debajo de las alfombras y detrás de las puertas que es donde menos se ve. Luego vendrán los lamentos y los informes PISA, pero de momento, en el sistema educativo español la grieta es cada vez más grande y los desconchones tan grandes que no se pueden disimular. El secretario general de FETE-UGT, Carlos López, ha sido el único sensato en este asunto al decir que todo esto de la educación para la ciudadanía sólo «traerá crispación sobre un asunto que ya estaba resuelto en la comunidad educativa», sin necesidad de tanto aspaviento.

Dos de mis hijos ya han cursado la asignatura de la discordia. Y digo que ya la han cursado porque esa materia que los políticos consideran tan esencial para la formación del espíritu ciudadano sólo se contemplaba en los planes de estudio durante un curso en la Educación Primaria Obligatoria. Ni en uno ni en otro caso he percibido adoctrinamiento ni controversia ideológica. Nadie les dijo nada que no supieran ya. Bien es cierto que el texto elegido por el centro en el que estudian -el de José Antonio Marina, editado por S.M.- era quizá el menos polémico de cuantos se publicaron por aquel entonces, cuando estalló la caja de los truenos y los ecos -más que las voces- se echaban las manos a la cabeza porque el ministerio iba a decirnos cómo educar a nuestros hijos. Nunca tuve dudas de que era necesaria una asignatura que pusiera puertas al vasto campo de los derechos sin obligaciones en el que los niños se jugaban la vida y sé que a los míos nunca les dieron charlas explícitas sobre sexo, ni les hablaron del orgullo gay, ni les leyeron cartas contra George Bush como al parecer les ocurría a los hijos de los que objetaron. Siempre tuve dudas, sin embargo, en relación al tipo de puertas con que se cerraba el conocimiento del medio en el que se mueven mis hijos, que hasta el penúltimo curso de primaria no oyeron nunca hablar del Ebro ni del arte románico -y eso que podemos darnos con un canto en los dientes porque vivimos en la Comunidad Autónoma más grande y diversa del país-. Y también empecé a tener dudas cuando pude comprobar que aquella educación para la ciudadanía que estudiaban mis hijos se parecía demasiado al Catecismo Escolar con el que aprendimos que no está bien mentir, ni matar, ni robar y que no hay nada, nada, nuevo bajo el Sol.

Nos gobiernan los sinnorte, y a los sinnorte debería asesorarlos alguien. Deberían decirles que no se puede hablar de oídas, sin conocimiento -no del medio, por supuesto- sino de causa. Porque después les pasa como al ministro Wert y pierden la poca credibilidad que les habíamos otorgado. No se puede ejemplificar como adoctrinamiento una cita que no pertenece a ningún libro de texto ignorando o faltando -igual de grave es- a la verdad, incendiando y alimentando a la bestia que todos llevamos dentro y que se pone en alerta cuando se trata de nuestros hijos.

La educación -la de la ciudadanía y la otra- es un camino muy largo y no es conveniente desandar los pasos dados para no cansarnos antes de tiempo. Recuerde lo que le decía al principio de la orientación, saber dónde estamos, hacia dónde vamos y por dónde queremos ir. Si nos perdemos, corremos el riesgo de acabar en el Falla con un cuarteto como el de Badajoz. Y no siempre es Carnaval, aunque lo parezca.