Sambenitos
Actualizado: GuardarIgnoro cómo sobrellevan ustedes el que le cuelguen un sambenito. Les confieso que yo muy mal, si bien he tenido la fortuna de no haberlo tenido que vestir a título personal, sin embargo no así, a título colectivo, por ejercer profusa y concienzudamente de español, andaluz y gaditano. Como bien saben, en sentido estricto, el sambenito era un chalequillo que portaban, por obligación nefanda, los arrepentidos, jamás contritos, de haber incurrido en alguno de los pecados o desvaríos que la Santa Inquisición, o algunos de sus Veedores, más fundamentalistas aún que el propio abominable Tribunal, catalogaban como tales. Comportaba la exigencia de lucir ese estigma notorio en las plazas, corrillos y mentideros, con cierto ceremonial cinegético, propio de la exposición, en el patio del cortijo, de los trofeos abatidos en una montería.
No debería afectarnos, yo al menos lo intento, el que se nos endose ese chalequillo por confesar autocríticamente el habernos equivocado, aunque nos escuezan las entrepiernas, resultando ser probado que hemos incurrido en yerro. Confesar desde la resuelta contrición y espíritu de enmienda, es un acto indigesto pero noble. Un gesto gallardo y bragado, siempre, claro es, que la obligada investidura del sambenito no resulte ser fruto de la difamación o la repugnante delación fruto de traiciones, venganzas, envidias o insidias.
Muchos de nosotros, yo incluido, nos merecemos el bochorno de portar esa prenda clasificatoria, por haber incurrido en el pecado de omisión que ha propiciado el desbarajuste del sistema ético, moral y económico que padecemos. Si no contritos, sí al menos confesos, deberíamos utilizar ese vestuario a diario, de forma voluntaria, para que quedara pública constancia de que el pecado de omisión es idéntico al de acción, cuando por incurrir en él, dañamos el feliz bienestar de los demás. Hemos perdido la salud mental. Perdido el norte. La desorientación nos induce, desde la injusta perversión, a inculpar 'al otro', a los gobiernos por ejemplo, a los ayuntamientos, a tirios y troyanos, siendo éste un acto cobarde, inmaduro e injusto.
No resultando ser así fruto de la infamia, la saludable autoinculpación colectiva en los casos de fracaso escolar, de fraude, de paro estructural, de absentismo, de insolvencia intelectual, de corrupción, de banal trivialidad onerosa, de chamarileo moral, de deforestación del cobijo umbrío de la familia, de desamor, de insolidaridad e intolerancia, entre otras elusiones de responsabilidades y compromisos éticos, nos insta a allanarnos al castigo de endosar el sambenito del subdesarrollo, conviniendo que será un gran negocio montar fábricas de chalequillos, de merecidos sambenitos, en toda Europa. Un gran mercado.