MUNDO

EXPERIMENTOS, CON GASEOSA

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Es difícil ver una celebración donde se produce una manifestación de protesta. En la que, esta vez sí, estuvieron los Hermanos Musulmanes, que han cubierto todas las apuestas, incluida la del Ejército. Una demostración heterogénea que como mayor novedad contó con la ausencia de la Policía. La atmósfera no era de 'party' sino de eco revolucionario cutre. El objetivo ya no es Mubarak, sino Mohamed Hussein Tantaui, ministro de Defensa del 'rais' durante 20 años y ahora comandante del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Un cantante descolorido sobre un escenario rodante cantaba en coro algo parecido a «venga, lárgate...». Y es que los que se representaban a sí mismos consideran que si se ha producido algún cambio desde el fin de Mubarak es puramente cosmético. Lo demás hay que inventarlo, incluido un Ejército democrático a las órdenes del poder civil.

Ese fue el principio del fracaso de la revolución egipcia, demasiado primaveral para dar frutos. EE UU prolongó la agonía del régimen en plena decadencia del autócrata, incapaz de ejercer un poder equilibrado y eficaz. Ese era el líder de Occidente en Oriente Próximo, el aliado esencial. Y la consecuencia de que el proceso no avance, los derechos de las minorías estén amenazados y los islamistas se hayan hecho con el Parlamento. Esto último con el secreto regocijo (¿complicidad?) de los militares.

Recogemos los frutos de la miopía política de entonces. Y a lo mejor somos los últimos en enterarnos de que todo está atado y bien atado. ¿Dónde ha quedado el idealismo de los manifestantes y su esperanza de un mejor futuro? ¿Es suficiente garantía de equidad que el Ejército pase del escenario al patio de butacas? Los riesgos de que todo termine en decepción son extremadamente altos y pueden excusarse en lo que quedó atrás: la seguridad a cambio de la libertad, que no trajo ni unidad popular ni éxito económico.

Tantas idas y venidas pueden tener como fin la reedición de una república islamista vigilada por un contrapoder en manos de los militares. Perseguiría la recreación del universo laico de Turquía, en la que los sectores sociales más retrógrados vayan evolucionando, sin quitar el hueso de la boca al Ejército. Se supone que así quedaría también garantizado el derecho individual a prácticas religiosas no solo musulmanas.

Las urnas habrían sido el texto y la Constitución el pretexto para impedir que la revolución descabece al Ejército y se imponga la anarquía. En cuyo caso no solo peligraría la transformación de la sociedad egipcia y la evolución del poder a registros más compasivos, sino el modelo posrevolucionario en Oriente Próximo. Coincide con la idea de Gema Martín, directora del Instituto Internacional de Estudios Árabes, de que la experiencia turca es esencial para una reforma islámica más liberal y laica. Fenómeno que observan con interés los Hermanos Musulmanes egipcios y los islamistas tunecinos, marroquíes y libios. La cuestión es, si mientras tanto, hay que ponerle al perro un collar de castigo.