Lecciones de una revolución
Los jóvenes de la plaza Tahrir son ignorados un año después, pero han perdido «el miedo a hablar»
EL CAIRO. Actualizado: GuardarUn día como hoy, hace exactamente un año, Mark asistía a su primera manifestación, donde «no sabía muy bien ni lo que tenía que hacer». En otra punta de El Cairo, ese mismo día, Hatem y Rowan también tenían su despertar político y se preguntaban, viendo la marea de gente, si aquello era normal. Dalia, más experimentada en el activismo, salía a la calle pensando que iba a «otra protesta más, los mismos cuatro gatos de siempre», y se reía cuando sus amigos le decían que aquello podía ser gordo, que podía ser como Túnez.
No fue como Túnez, pero fue como Túnez. Y ya nada volvió a ser lo mismo para estos cuatro jóvenes y para los más de 80 millones de egipcios. «Algo cambió dentro de mí. Aunque la revolución no haya modificado tantas cosas a nivel político, sí cambió la mentalidad de mucha gente, es imposible volver a tu vida de antes», explica la periodista Rowan el Shimi, una más de los miles de jóvenes que, a pesar de ser críticos con el régimen, «nunca antes habíamos tenido la posibilidad de participar en una manifestación porque no estábamos en los círculos de activistas. El 25 de enero tuvimos nuestra primera oportunidad».
La revolución que consiguió expulsar del sillón presidencial a Hosni Mubarak se organizó gracias al esfuerzo de activistas, pero triunfó porque personas como Rowan, sin experiencia y, por primera vez, sin miedo, decidieron salir de su letargo político. Sintieron el poder del individuo y lucharon como si pudieran cambiar las cosas. «Mucha más gente está ahora implicada», dice la reportera, y señala a los jóvenes a su alrededor en el moderno café donde pasa muchas horas: «Antes nunca oía conversaciones políticas en las mesas de alrededor, y ahora es lo único que escuchas. La gente habla, discute, analiza lo que pasa».
En el callejón donde primero pegaron y luego detuvieron a Mark Gamal aquel 25 de enero, este joven profesor reconoce que entonces «sólo conseguimos acabar con la fachada de un régimen que, un año después, sigue en pie». Otras cosas sí han cambiado. «Hemos perdido el miedo a hablar», añade, y esta es un arma que a la junta militar, que ocupó el lugar de Mubarak, le resulta muy difícil combatir. A Mark le cuesta encontrar las palabras para describir el sentimiento que tuvo al salir de la comisaría en la que estuvo detenido durante más de 24 horas, aislado de lo que sucedía en el exterior. «Estaba convencido de que todo se habría acabado, pero la revolución continuaba. Fue un momento muy bonito y muy feliz», recuerda.
Mark mantiene el optimismo, pero le duele recordar los durísimos momentos por los que ha pasado el país desde aquel 25 de enero, y que han hecho que la confianza que llegó a tener en el Ejército «se acabe para siempre», como los arrestos militares o la matanza de 27 coptos -él también lo es- tiroteados o atropellados por militares. «Es el precio que estamos pagando por la libertad», reconoce.
Aprender de los errores
Encendiendo un cigarro tras otro, Hatem Seoudi, recuerda prácticamente cada detalle de aquel primer día de la revolución y lo relata reviviendo la misma excitación. «Veías a mil personas. Pestañeabas y ya había dos mil», recuerda este experto en redes sociales, que trabaja en una agencia de publicidad digital. Hoy volverá a la plaza Tahrir, pero reconoce sentirse un poco frustrado. «He visto demasiada sangre, ha habido días que no he podido ni dormir con esas imágenes, y no soy muy optimista en lo que se refiere al proceso político. Pero tenemos que aprender de nuestros errores y ahora ya conocemos el poder de los números, lo que puedes hacer con tu medio metro cuadrado de espacio vital», afirma Hatem.
Un descubrimiento que algunos jóvenes han decidido llevar más allá y emprender una carrera en la política. Dalia Ziada -que se presentó a las elecciones, aunque no sacó escaño- es una minoría, sin embargo, dentro de esta corriente. A pesar de haber demostrado su poder de presión en la calle, la transición ha ignorado a los jóvenes. «No supimos organizarnos, no teníamos líderes y hubo muchas divisiones dentro de las coaliciones de jóvenes», reconoce esta activista, que mantiene por encima de todo el optimismo porque «el mayor éxito de la revolución es que nos hizo creer en el poder de nuestra voluntad».