LA FÁBULA DEL CAPITÁN
En nuestra catástrofe colectiva y diaria, si se compara con la marítima, falta un personaje fundamental. Es el rol del que tiene capacidad de mando y ganas de ejercerlo, principios y un proyecto de final
Actualizado: GuardarSerá difícil encontrar una metáfora mejor para lo que nos está pasando. Unos pocos, ineptos, ávaros, soberbios y sobrados deciden hacer gracietas para pasárselo bien mientras manejan el timón que les ha tocado en una tómbola. Estaban al mando tan relajados y cómodos que, total, querían echar unas risas. Todo lo hacían con la gorra y no había motivo para ponerse serios. Que salude, que salude. Cómo en las excursiones de nuestra lejana Educación General Básica.
Los que conducían el asunto la cagaron de forma estrepitosa por propias y catastróficas decisiones en las que no participó nadie más. Apenas tenían que rendir cuentas, para qué consultar a la prudencia o a la sensatez si llevaban tiempo haciendo lo que les venía en gana y siempre les salía.
En la enésima de sus payasadas de hedonistas de chirigota chunga, encallan por el enésimo de sus errores. Aún así, lo negaban todo. Decían que no pasaba nada, que era un apagón momentáneo cuando había pruebas de zozobra completa.
La cagaron por pura diversión (avaricia), hasta el punto de hundirnos a todos. Una vez confirmado el desastre, aprovecharon la negación y la confusión para poner tierra, nunca más conveniente, de por medio. En un gesto de 'grandeza' que define la ética que preside nuestros tiempos, los que la liaron salvan su culo y dejan tirados a los inocentes, a las víctimas. Además, obviamente, después de mentirles y tranquilizarles en falso, les culpan.
A quién se le ocurre vivir así de bien y pegarse esos lujos. A quién se le ocurre montarse, para qué te metes. Esto no era para ti, estabas por encima de tus posibilidades, en la situación equivocada, dicen las ratas desde la orilla, a salvo de cualquier catástrofe.
Los promotores de la travesía les invitaban a participar como clientes y paganinis pero, una vez estropeado el asunto, los usuarios suponen siempre un estorbo. Además de llevarse la peor parte les dicen que se podrían haber quedado en su salón y no les habría pasado nada. Después de estrellarles, confundirles, mentirles y culparles, los responsables de todo se van a casa y capaces fueron de acostarse. Como diría El Roto, ni se suicidan ya.
Al leer o ver las crónicas del naufragio del 'Costa Concordia' (con magníficas piezas de Pablo Ordaz, Íñigo Domínguez o TVE, entre otras, que pueden revisarse con facilidad) resulta tentador jugar a colocar a responsables financieros, de órganos reguladores, de agencias de calificación y de gobiernos en lugar del energúmeno 'capitano'. Donde está ese despojo humano (?) real pónganse consejos de administración. Empresas y bancos donde hay un barco. Igual, el relato se conserva intacto, soporta la versión sin perder su impactante fuerza.
En nuestra catástrofe colectiva y diaria, si se compara con ésta marítima, falta un personaje fundamental que sí está en la italiana. Es el rol del que tiene capacidad de mando y ganas de ejercerlo, principios y un proyecto de final, tanta sensatez como honor, tanta humanidad como cojones, forma coloquial de llamar a la honestidad, la coherencia y la firmeza.
Es el responsable de la Capitanía Marítima de Livorno al que una mañana de esta semana le escuché decir por radio «aquí mando yo» (algo así como «qui commando io») y su voz retumbaba con la grandeza brutal del que dice lo que debe.
El tono de su bramido sonaba tan limpio como si dijera «aquí manda la razón». Malos tiempos cuando alguien se convierte en héroe sólo por hacer lo que le corresponde.
También decía «vuelva inmediatamente», trate de arreglar lo que ha liado por una de las mayores estupideces recientes de la humanidad o, al menos, cómase el marrón como los demás. Al menos, sufra. Mátese, llore, pero no huya, no se desentienda. «Que hay muertos», le espetaba a gritos, y desahuciados, y despedidos, y suicidios, y tragedias familiares, por millares. Y tú en tu sillón, del despacho o del taxi. Los responsables, calentitos. Los inocentes, los espectadores, ahogados o ateridos. Ni en el mar quedan códigos de honor. Imagínese en las ciudades y en el campo.
Necesitamos a alguien que represente ese papel del monstruo bueno de Livorno, que asuma el personaje de voz en off de la conciencia colectiva. Las autoridades religiosas están descartadas. Y los sindicatos. Y los partidos.
Se admiten sugerencias.