Sociedad

El desafío de Orbán

El primer ministro húngaro actúa como un caudillo que busca controlar jueces, bancos y datos. La UE quiere pararle los pies

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Díscolo, autoritario o, simplemente, oportunista político. Viktor Orbán parece tenerlo todo. Arrogante y osado, el primer ministro húngaro ha conseguido poner en jaque en poco más de un año a toda la Unión Europea, club en el que Hungría ingresó en 2004, aunque no pertenece a la eurozona. Desde que ganó las elecciones en abril de 2010, hace y deshace a su manera -incluida la polémica reforma de la Constitución- amparándose en una mayoría absoluta con la que controla los dos tercios del Parlamento. Y con el país al borde de la quiebra, hasta se ha permitido desairar al Fondo Monetario Internacional, al que ahora ha de recurrir para evitar la bancarrota. Todo un personaje, envalentonado y con cierto regusto a 'caudillo', que ha sorprendido a nacionales y foráneos. Porque nada hacía presagiar que aquel joven y brillante politólogo que plantó cara al régimen comunista, aquel artífice del Fidesz, el partido que gobierna el país en coalición, fuera a escorarse tanto a la derecha.

Eran otros tiempos y Orbán lucía pelo largo, barba y vaqueros. Se interesaba por la política, sabía inglés, estudiaba en la Universidad ELTE de Budapest, donde conocería a Anikó Levái, su futura esposa y madre de sus cinco hijos, y compaginaba las actividades académicas con el fútbol, su gran pasión. Aún hoy, a sus 48 años, juega como defensa titular en un equipo de segunda división, el FC Felcsút, nombre de un pequeño pueblo donde transcurrió parte de su infancia. En su dorsal luce el número dos.

El veinteañero que ideó el Fidesz (Federación de Jóvenes Demócratas) en 1988 nada tiene que ver con los postulados que ahora defiende y que le están aislando de la Europa comunitaria y de sus propios vecinos. «El grupo que fundó era difícil de etiquetar, pero desde luego era democrático progresista y liberal, nada de nacionalista y patriotero. Ha cambiado el mensaje y lo ha hecho de forma radical», valora Carmen González Enríquez, profesora de Ciencia Política de la UNED y gran conocedora de la situación del país magiar.

La evolución de Orbán hacia la derecha más conservadora ha sido progresiva y ha estado condicionada por los vaivenes de los diferentes gobiernos que han marcado la historia de la nación tras la caída del Muro de Berlín.

Con 27 años, logró su primer escaño en el Parlamento. A partir de ahí su ascenso fue meteórico, aunque tuvo que pasar dos legislaturas en la oposición, tiempo que le sirvió para armar un discurso europeísta cuyas promesas pasaban por integrar a Hungría en la UE y en la OTAN, y por respetar los acuerdos bilaterales con los países de su entorno, esos que acogen importantes minorías étnicas magiares como resultado del Tratado de Trianon por el que, tras la Primera Guerra Mundial, Hungría perdió una buena parte de territorio y de habitantes.

Buen comunicador y con un discurso agresivo, en 1998 Viktor Orbán se convirtió en el primer ministro húngaro más joven y en el gobernante europeo de menor edad (36 años). Empezó un cambio de rumbo que le generó la enemistad de las naciones fronterizas en las que viven 2,5 millones de húngaros. A ellos les ofreció doble nacionalidad, trabajo temporal y educación universitaria gratuita, entre otras concesiones, que Rumanía y Eslovaquia rechazaron por discriminatorias y por considerarlas un ataque a su soberanía.

Acusado de corrupción y de una situación económica agravada por un déficit público disparado, así como por marginar a la población gitana, Orbán regresó de nuevo a la oposición durante los ocho años que gobernaron los socialistas.

En mayo de 2010 ocupa de nuevo la Presidencia del Gobierno y lo hace con una insospechada y aplastante mayoría absoluta en la Asamblea parlamentaria. Sus pronósticos en vísperas de las elecciones se cumplen. «Mañana nos despertaremos en un nuevo país». Así fue, en teoría. Nadie podía toserle, a pesar de que gran parte de los votos provinieran de los electores socialistas, que se sintieron engañados al conocer unas conversaciones mantenidas por el anterior primer ministro, Guyurcsány, en las que admitía que había mentido sobre el mal estado de la economía para ganar las elecciones. Orbán se frotó las manos. Ahora nadie tiene que decirle cómo ha de timonar Hungría. De eso presume.

Pero está cada día más solo. González Enríquez asevera que en estos momentos únicamente le apoyan el 18% de los votantes. «La mayoría de la población húngara es más racional, moderna y liberal de lo que son sus gobernantes», añade.

Hipotecas en francos

Los húngaros están desconcertados y no saben qué hacer. La depreciación de la moneda nacional, el florín (forint en el idioma magiar) continúa respecto al euro. Ayer la divisa europea se cambiaba a 310,83 florines. «La gente no puede pagar unas hipotecas adquiridas en moneda extranjera, principalmente francos suizos, y ya está retirando su dinero de los bancos y llevándoselo a Eslovaquia o Austria», comenta Ima Montoya, una vasca que vive en Budapest y observa la vida cotidiana de la ciudad más cosmopolita del país, en gran parte por el gran número de estudiantes europeos que acoge al disponer de dos universidades que imparten las carreras en inglés. Quizá influida por el clima y la copiosa nevada que ahora cubre la bella ciudad del Danubio, Montoya lamenta la «tristeza» que envuelve a la capital. «Los restaurantes están vacíos. Se abren nuevas tiendas, pero enseguida se cierran porque no pueden subsistir con tan pocos clientes. La gente apenas compra. Y es verdad que el Gobierno ha bajado los impuestos, pero intenta recaudar al máximo». Para muestra, lo que le sucedió un día a su marido. Era domingo y cruzó un paso de peatones en rojo, después de cerciorarse de que no venían coches. Le vio un agente, le paró y le quiso poner una multa de 20.000 florines, de la que se libró al argumentar que era extranjero y emprendía viaje ese mismo día, por lo que le era imposible pagar.

Pero los húngaros carecen de alternativa, con una oposición desgastada. «Es la sociedad civil la que tiene que contestar a la errónea política del Gobierno», preconiza José Martín Pérez de Nanclares, director del Centro de Documentación Europea de la Universidad de Salamanca. El experto discrepa de quienes aprecian en las directrices de Orbán un resurgimiento del nacionalsocialismo alemán, dados los recortes en derechos humanos y libertad de expresión (Ley de medios) y la conflictiva Agencia de Protección de datos. Otras 'perlas' del caudillo magiar son la reforma de la ley electoral, que garantizaría su permanencia en la Jefatura del Gobierno, y los cambios cuestionables en la nueva Constitución como las interferencias en el Banco Central de Hungría que anularían su imparcialidad y la de la autoridad responsable del control de datos, además de otras medidas como la jubilación de los jueces a los 62, una purga en toda regla de los magistrados más molestos. Pérez de Nanclares justifica la lenta toma de decisiones de la UE para frenar a Orbán. «Tal vez falten mecanismos para actuar con rapidez, pero lo está haciendo».

Bruselas tomó ayer su decisión: si Hungría no enmienda esas leyes en un mes, será el Tribunal de Justicia de Luxemburgo el que dictamine si todas esas reformas colisionan con los derechos que proclama la UE. Con todo, Pérez de Nanclares advierte de que Europa no puede entrar a saco en la soberanía nacional húngara. Y también descarta las sanciones económicas. Tanto él como González Enríquez apuestan por «una marcha atrás» de Orbán. No le queda más remedio. Necesita el dinero del FMI y limar las aristas que ha esculpido en un país de inmensas y sobrecogedoras llanuras.