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EL YERNO

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La otra noche emitía Telecinco un reportaje titulado 'El caso Urdangarin', sobre los enjuagues financieros del yerno del Rey de España. Le fue muy bien: una cuota del 18,1%, en torno a 1,7 millones de espectadores. Unos días antes La Sexta había hecho algo parecido: el reportaje 'Urdangarin. La caída del yerno perfecto', emitido en 'prime time', que atrajo a 1,3 millones de espectadores, cuota del 7,6%. Han sido trabajos distintos: más 'institucional' el de Telecinco, mientras que La Sexta entró más a saco. En ambos casos, aunque con diferente clima, la consigna general parece ser esta: a cuchillo con Urdangarin, pero salvemos la imagen del Rey. Es comprensible e incluso quizá sea justo. Pero aparte de estas consideraciones, más políticas que otra cosa, a mí lo que me llama la atención es otro fenómeno: el agudo contraste entre la hiel de hogaño y la miel de antaño. Porque uno va teniendo ya edad de recordar cómo trabajaron nuestros canales cuando las bodas regias (o principescas), y no es impropio traer ahora a colación el absurdo derroche de nata y merengue que todas las cadenas españolas, todas sin excepción, prodigaron a propósito de la boda de Urdangarin y la infanta, cuando el novio no solo era alto y guapo, sino además 'autonómico' y buen deportista, y simpático e inteligente, y el aliento le olía a rosas y los pies a jazmín. Impropio pasteleo que, aunque atemperado, se prolongó durante años cada vez que los esposos procreaban, hasta el punto de convertir al personaje en una especie de semidiós intocable. A quienes osábamos cuestionar tanta adulación, nos llamaban de todo. Y ahora lo que yo me pregunto es lo siguiente: ¿Hasta qué punto esa atmósfera de superioridad intangible, creada en buena parte por la propia televisión, no ha favorecido los tejemanejes de ese señor? Porque, claro, vaya usted a decirle nones a un señor que le pide varias decenas de miles de euros cuando el sablista viene precedido por semejante aura. Es la pregunta que estos días, cuando las cañas se han vuelto lanzas, nadie osa plantearse. Pero hay que hacerlo.