Sociedad

FUERA MÁSCARAS

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Nos las prometíamos muy infelices, pero no tan desgraciadas, ni tan rápidas. Hay que pedirles responsabilidades a los irresponsables. Le hicieron creer a los votantes, que ya no saltan ni botan más que periódicamente, que la palabra cambio era un sinónimo de mejoría, pero al engaño le ha sucedido el desengaño y al grito de «Zapatero, embustero» lo está reemplazando en la voz del pueblo, que en las coplas se asegura que es la voz de Dios, otro que empieza a estar entre las gargantas más roncas: «Rajoy, pan para mañana, hambre para hoy».

Como en aquel dibujo de Mingote, que es un genio intemporal, pero que yo tengo en mi casa desde hace mucho tiempo, aparece un vikingo que al llegar a su casa se quita el casco, pero cuando lo deja en el ancestral perchero, resulta que esa pieza protectora de la armada cabeza tiene dos simétricos agujeros: los cuernos eran suyos. Una sensación semejante quizá estén experimentando los que vitorearon hace unos cuantos días, muy pocos en la historia del tiempo, el triunfo de la llamada derecha, sin saber que los giros de la opinión no mueven las conciencias.

Antes del otoño, donde el tiempo es oro y los poetas dicen que las hojas caen y las musas engordan, se le están quitando las máscaras a los más prometedores políticos. No basta hacer lo contrario de lo pésimo para que sea inmejorable. Sobre todo no hay que engañar. El terrorífico ajuste de fin de año, conocido como el 'tributazo', precede a los que nos aguardan y no solo decepciona a los votantes del Partido Popular, ni a los fieles del PSOE, sino a los lamentables escépticos que sabemos que las cosas no pueden variar mientras no varíen de comportamiento los dioses. Ojalá todos los que tienen una ideología tuvieran alguna idea que otra, pero todos reprueban el engaño. Nos han vendido un reconstituyente, como los charlatanes de las películas del Oeste, sabiendo que el producto, que es el líquido imponible, está caducado.