«No hicieron nada para protegerla»
Nadia pidió el divorcio y su marido le contestó con un tiro. «No pudo soportar que viviera libremente», llora su hermana
Actualizado: GuardarRashida Sabir acaricia las fotos de su hermana que están extendidas en su mesa camilla. «No es justo», solloza. En las imágenes se ve a Nadia en los momentos más felices de su vida: fiestas, paseos con su hija por el parque o el día de su boda con la corona típica que llevan las mujeres marroquíes. Hay una foto rota. En ella Nadia mira a la cámara sonriente con su niña al lado. La tercera persona que posaba ha sido recortada. En ese hueco estaba Juan Rey, su marido. Hace un año la mató.
Fue el 16 de diciembre. Nadia Sabir, de 44 años, dejó a su hija de 9 en el colegio Luis Vives de Badajoz y volvió a su casa en el barrio pacense de San Roque. Su marido la esperaba, la sorprendió por detrás y le pegó un tiro en la cabeza. Inmediatamente después se asomó a una ventana, se disparó y cayó muerto al patio interior del edificio. Él tenía 59 años.
La imposibilidad de que sea juzgado aumenta la rabia de Rashida. «Culpo a la Justicia que le dio una orden de alejamiento, pero no la protegió. Una orden solo son palabras», se lamenta. Nadia Sabir contaba con esta medida judicial contra su marido después de que este la amenazase con un cuchillo. «Se la había saltado muchas veces. Iba al bar que hay debajo de su casa y recogía el correo y nada. Nunca le pasó nada».
«Mi hermana solo tenía el teléfono de la Policía en su móvil, pero la cogió por detrás y no le dio tiempo a llamar», recuerda sin poder evitar el llanto. Pero Rashida recupera la voz para denunciar que tampoco estaba protegida con un dispositivo de teleasistencia, un dispositivo que avisa si el maltratador se acerca.
Cuando asesinaron a su hermana, Rashida recibió apoyo institucional, pero hace mucho tiempo que nadie la llama para interesarse por ella y por su sobrina, que perdió a sus dos padres el mismo día y que ahora vive en su casa. No le importa. «Ella es la que necesitaba ayuda, no hicieron nada por protegerla y la mató».
Es el final de una historia de violencia que para Nadia Sabir comenzó mucho antes. Rashida cuenta con pesar que fue ella misma la que puso en contacto a su hermana con su futuro asesino. Esta mujer es de Casablanca (Marruecos) y allí se crió con sus siete hermanos. Hace más de veinte años se trasladó a Badajoz, donde vive con su marido. Un amigo de su esposo se fijó en una foto que ella tenía en su casa. La imagen era de Nadia y el amigo era Juan Rey, que se encaprichó de su hermana. «Al final fuimos un fin de semana a Marruecos para que se conociesen. Se gustaron los dos y ella se trasladó aquí muy enamorada», recuerda.
Con un cuchillo
A los cinco años de matrimonio comenzaron los problemas entre Nadia y Juan. La joven marroquí sufrió, según sus familiares, humillaciones y maltrato psicológico, pero no denunció a su agresor hasta que la amenazó con un cuchillo. Entonces decidió romper la relación.
Hasta ese momento, a Nadia casi nadie la veía. Su marido se negaba a dejarla salir o recibir visitas en casa. «Era una buenísima persona. Pregunta a cualquiera. El problema es que él no la dejaba relacionarse con nadie. Había empezado a vivir libre y la mató». Ese es el mayor pesar de Rashida, que su hermana murió cuando comenzaba a disfrutar de la vida. Tras la separación empezó a tomar café con otras madres del colegio de su hija e incluso se animó a salir. De hecho, el día que su marido la asesinó iba a cenar con su hermana y unas amigas.
Un año después, el dolor de su familia continúa intacto. «Es como si la hubiesen matado ayer. No se merecía esto». En ese momento entra en la habitación la hija de Nadia, que ya ha cumplido 10 años, para traer otra foto de su madre en la que presume de lo guapa que está. Rashida le pide que se marche a jugar con su prima. «Prefiero que no escuche esto. Ella es más fuerte que yo. Cuando estoy hundida me dice: 'tita, no llores más'».
Los peores momentos son las fiestas y los cumpleaños. «No hay ganas de celebrar nada», pero el día a día también es duro. «Hablo de Nadia como si estuviese de viaje. Voy a su casa, cojo algo y lo devuelvo como si fuese a volver. No es justo».