EL CORRECCIONAL
Actualizado: GuardarAlgunos no nos hemos portado demasiado mal, pero en el reformatorio vamos a coincidir todos. Nos van a obligar a rectificar algunas conductas irreprochables y tendremos que ingresar en esos establecimientos severos donde se intenta enmendar el comportamiento de los más recientes huéspedes del mundo, o sea, de los que aún no han tenido tiempo para construirse un alma. Nos ha pillado mayorcitos y nos quedan pocos cumpleaños para decir eso de año nuevo, vida nueva. Nos aguarda la misma, solo que peor.
¿Por qué nos han vuelto a engañar? Sabíamos que el porvenir era temible, los vencedores de las elecciones sabían que existían datos concretos para temerlo. ¿Por qué los encubrieron en época electoral? Que nadie se lo pregunte si no quiere recibir una mala contestación: querían ganar las elecciones. Y nos mintieron. Si bien no como bellacos, pero sí como políticos, que es el pseudónimo más común.
Nos dijeron que el futuro iba a ser malo, pero no que iba a ser tan peor, y sobre todo, no nos advirtieron de que no iba a haber futuro.
Los embustes de los mítines son disculpables. Hay que vender la burra haciéndola pasar por un caballo de pura raza, pero ni el que compra ni el que vende pueden considerarse estafados. «Mentira bien inventada, vale mucho y no cuesta nada», pero nos la están haciendo tragar demasiado pronto. Nos explican que el saqueo, consentido o comandado por el pobre chico afectuoso que legítimamente fue elegido para presidirnos, estaba mal calculado. El destrozo era mayor, pero los que aspiraban a ocupar su puesto disimularon las cuentas, las falsearon o las ocultaron, porque querían llegar al poder. Vamos a ver si pueden con él.
No está bien que nos engañen porque la mentira tiene las patas cortas y el IRPF largo. Incluso doña Soraya Sáenz de Santamaría no puede alardear de sus fémures, y las caras bonitas se desgastan.