LA ÚLTIMA DEL AÑO
Actualizado: GuardarEn los ritos y costumbres del ciclo de la Navidad, tuvo siempre un sentido profano y festivo, frente a la solemnidad, intimidad y religiosidad de la Nochebuena. Antes, y no hace mucho, el 24 no era en general día de salidas nocturnas, como no fuera para visitar a la familia, tomar una copa y cantar villancicos. El 31, en cambio, era una de esas fechas iniciáticas en las que 'nos dejaban salir' hasta altas horas de la madrugada, e incluso las familias mas tolerantes dejaban a sus hijos, dependiendo de la edad, comer los churros en la Plaza. Ahora, con la paganización creciente de la Navidad, y el hecho constatable de que el personal vive casi perpetuamente de cachondeo, la excepcionalidad de los rituales festivos, en los que se transgredían moderadamente los usos y buenas costumbres, ha dejado de tener su sentido ancestral. En todas las culturas y civilizaciones, la fiesta era la excepción, secuenciada en distintos momentos tasados del año, y la rutina del trabajo y el descanso dominical la regla. Ahora que las masas han excedido con creces las preocupantes expectativas vaticinadas por Tocqueville y Ortega, tanto la Navidad como el Fín de Año son otros tantos momentos para el desenfreno y el desmadre, adobados estos, para mayor escarnio, con considerables dosis de incivismo y mala educación. De todos modos, siempre quedará un lugar del alma para vivir esta cita con San Silvestre de un modo distinto, sin que sea, ni mucho menos, el único legítimo. Volverán a reunirse las familias que no pudieron hacerlo el 24, habrán ido y venido por nuestras carreteras parientes de todo grado y consanguinidad, volveremos a experimentar los olores lejanos que emanan de nuestras cocinas, lejanía que no es física sino temporal, de esas esquinas del alma donde quedaron almacenados recuerdos de otros tiempos, en los que habitamos patrias que se fueron para no volver mas. Los que hemos perdido un familiar cercano entre la última noche del año pasado y ésta, brindaremos con un rictus de emoción en los labios, y miraremos a ese cielo en el que los creyentes sabemos que están lo que pasaron por esta vida haciendo el bien, porque ellos, los ausentes, nos devolverán la mirada con amor y beatitud. Pero yo se que habrá quienes no seremos del todo felices, porque tendremos la certeza de que para muchos hermanos nuestros, esta noche será noche amarga, de dolores, de hospitales, de esperas agónicas por un desahucio o un dinero que no llega, de una ausencia que ahora duele como un ramillete de espinas clavado en nuestra particular memoria histórica, esa que no está hecha de avivar los rescoldos del odio, sino de encender las hogueras del amor, al menos, alguna que otra noche del año, particularmente la que viviremos hoy. Como niños que contemplan envidiosos como los mayores se marchan a una fiesta que nos parece un sueño, y que luego comprendemos que no es para tanto.