EL TAMBOR DE HOJALATA
Actualizado: GuardarEl año que se está yendo «sin parar un punto» nos deja muchos puntos débiles en el escarpado territorio de la economía y otros, no menos carentes de vigor, en el abrupto campo de la política, lleno de terraplenes a los que para disimular llamamos baches. Los topógrafos siguen intentando engañarnos para que no disminuya el número de excursionistas y ahora explican, con más o menos convicción, que la Corona pidió a Urdangarin que buscase empleo fuera de España, o sea, que se quitara de en medio y abandonase Nóos. Tardaron en darse cuenta de la catadura moral del caballerete elevado al rango de Duque. Engañó a su majestad el rey con la extraña fundación para discapacitados, pero la mayor ofensa ha sido creer que todos sus compatriotas padecíamos también, en mayor o menor grado, cierto retraso mental.
No va a resultar fácil corregir esta lesión coronaria sin pasar por el quirófano. La gente se pregunta por qué no le hizo caso al rey o por qué el rey no le obligó a la obediencia, dejándolo claro en cualquier consejo de familia. El exdeportista ha hecho todo lo que estaba en su larga mano para que el balón de nuestro sistema gubernamental estuviera en el tejado. Vamos a ver cómo se arregla. No vaya a ser que únicamente pasen por los tribunales los que roban una gallina muy ponedora. También deben comparecer los que se llevan a su propio corral la gallina de los huevos de oro.
Decía el viejo Jardiel Poncela, que trató de establecer los límites de algunas afrentas en 'El honor de un brigadier', que al honor, que es la más alta cualidad moral, unida a la reputación, le pasa lo mismo que al tambor: si se le pone un parche, suena mejor. No es cierto, aunque sea sonoramente verdadero. El tambor suena distinto. Sobre todo para quienes lo oyen. Y, sobre todo, los remiendos hay que ponerlos a tiempo, antes de que los que desfilan piensen que si llevan el pie cambiado es por culpa del que dirige la orquesta.